El día en que la política española normalizó el racismo

La credibilidad del PP como alternativa centrista estará por los suelos mientras dé cobijo, altavoz y poder a personajes como el vicepresidente de Aragón, de Vox

El vicepresidente de Aragón y diputado de Vox, Alejandro Nolasco, rompe un folleto sobre el Ramadán, en marzo en Huesca.Vox (EFE/Vox)

Supongo que a este loco mundo nada le importan los pleitos de un rinconcillo de España donde no hay elecciones a la vista ni políticos amnistiados ni grescas nacionalistas, pero a veces las cosas importantes suceden donde nadie está mirando: absortos en el espectáculo de las guerras y las tormentas políticas, no atendemos al carterista sigiloso que nos mete la mano en el bolsillo. Recordemos 1914: pocas cosas podía haber más banales y periféricas que la visita de un príncipe austrohúngaro a una ciudad de provincias de su imperio. Y ya ven.

Entre Madrid y Barcelona —es decir, entre Isabe...

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Supongo que a este loco mundo nada le importan los pleitos de un rinconcillo de España donde no hay elecciones a la vista ni políticos amnistiados ni grescas nacionalistas, pero a veces las cosas importantes suceden donde nadie está mirando: absortos en el espectáculo de las guerras y las tormentas políticas, no atendemos al carterista sigiloso que nos mete la mano en el bolsillo. Recordemos 1914: pocas cosas podía haber más banales y periféricas que la visita de un príncipe austrohúngaro a una ciudad de provincias de su imperio. Y ya ven.

Entre Madrid y Barcelona —es decir, entre Isabel Díaz Ayuso y Carles Puigdemont—, los de Zaragoza vivimos en paz y sin llamar la atención, pero hace un par de meses el gallinero político se nos alteró y ya empiezan a oírse los cacareos en toda España. La culpa la tiene Alejandro Nolasco, vicepresidente de Aragón, jefe local de Vox y uno de los gallos de pelea más mimados por Santiago Abascal. En enero, rompió un folleto con la programación del Ramadán en Huesca: lo hizo frente a los medios y a las puertas de la Aljafería, el monumento islámico más grande al norte de la península y sede de las Cortes de Aragón. No es su única escenita xenófoba: también ha bramado por la expulsión de inmigrantes a las puertas de un albergue donde viven refugiados y no desaprovecha ocasión alguna para relacionar a la población musulmana con la delincuencia.

El problema aquí ya no es que la credibilidad del PP como alternativa centrista estará por los suelos mientras dé cobijo, altavoz y poder a personajes como Nolasco, sino que ya se han normalizado unos modales políticos que eran insólitos en España. Llamarlos discursos del odio sería ennoblecerlos: el odio racista se expresa con rebuznos, no con oratoria. En la campaña catalana va a tener un protagonismo enorme Sílvia Orriols, una política que en nada se distingue de los populistas de extrema derecha que en toda Europa hablan de la teoría del reemplazo y de conspiraciones. Esto no solo animará a otros a salir del armario y a unirse a los coros y danzas xenófobas, sino que obligará a los demás a responder, y el racismo se convertirá en un eje central de la conversación política. De las peleas cotidianas que tanto nos entretienen hoy nos olvidaremos pronto. La mayoría nacen muertas. Pero cuando el racismo tenga carta blanca de interlocución y el aire sea irrespirable, recordaremos el día en que un político regional con trazas de hooligan rompió unos folletos y abrió la veda.

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