Haití, en caída libre
El país caribeño está en una deriva violenta a la que no puede asistir impasible la comunidad internacional
El primer ministro de Haití, Ariel Henry, anunció el lunes por la noche su renuncia en medio de una escalada de violencia sin precedentes y un profundo desconcierto institucional. La decisión, alentada por Estados Unidos, tiene el propósito de contener la emergencia y apaciguar un país dominado por las pandillas. El primer paso es la creación de un consejo de transición encargado de definir un calendario electoral a...
Regístrate gratis para seguir leyendo
Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
El primer ministro de Haití, Ariel Henry, anunció el lunes por la noche su renuncia en medio de una escalada de violencia sin precedentes y un profundo desconcierto institucional. La decisión, alentada por Estados Unidos, tiene el propósito de contener la emergencia y apaciguar un país dominado por las pandillas. El primer paso es la creación de un consejo de transición encargado de definir un calendario electoral a medio plazo y, en lo inmediato, abrir la puerta a una misión de apoyo internacional. La alerta, en cualquier caso, es máxima y la situación de inestabilidad ha impedido el regreso del propio Henry, varado en Puerto Rico tras un viaje a Kenia.
La crisis se agravó a principios de marzo tras la masiva evasión de más de 3.000 presos de varias cárceles del país, lo que dio pie a una revuelta liderada por el expolicía Jimmy Chérizier, alias Barbecue. Aunque trata de presentarse como un guerrillero o libertador, este pandillero es de facto el capo más prominente del crimen organizado local y la semana pasada amenazó con desatar una “guerra civil” si no se producía una renuncia del jefe del Ejecutivo. Pero la convulsión permanente que sufren los haitianos y que ha acelerado el éxodo de miles de personas tiene sus raíces en el asesinato, en julio de 2021, del presidente Jovenel Moïse.
El magnicidio acabó de hundir el país caribeño, que ya vivía en un muy precario equilibrio. Henry se comprometió en repetidas ocasiones a convocar elecciones, aunque nunca llegó a concretar una fecha escudándose en los problemas de seguridad. La falta de legitimidad del primer ministro y el descontento social, unido a la miseria, abonaron el terreno para el avance de la delincuencia y de los grupos armados.
Haití, que comparte frontera terrestre con República Dominicana, está cada vez más aislado y desconectado del mundo. El pasado viernes un grupo de bandidos intentó tomar el Palacio Nacional e incendiar la sede del Ministerio del Interior. El asalto fracasó, pero ese fue probablemente un punto de inflexión, pues el mismo viernes comenzó a fraguarse la renuncia del primer ministro.
El escenario arroja, no obstante, más incógnitas que certezas. El lunes se celebró en Jamaica una reunión de alto nivel para abordar la crisis y allanar una transición. Pero más allá del panorama político, está sobre la mesa el envío urgente de una fuerza militar supervisada por Naciones Unidas y coordinada por Kenia. Hasta ahora no se ha logrado concretar la misión y el líder criminal Barbecue ya ha asegurado que rechazará una intervención exterior. En la práctica, Haití ya está sumida en una guerra civil de baja intensidad. Es un deber de la comunidad internacional trabajar para frenar de inmediato esa deriva.