Dios, de nuevo
Durante el banquete todos juntos cantaban y reían, se hacían promesas de amor y de paz. Terminada la fiesta la gente continuó matándose como si se tratara de un oficio ordinario
Nació en una gruta muy oscura una Nochebuena como esta. Las semillas, los insectos y algunos reptiles, antes que los pastores, supieron que había nacido dios y a su manera celebraron un prodigio semejante. Gracias a la energía que brotaba de esa gruta las semillas germinaron bajo tierra, los insectos iniciaron su bullicio entre las gemas de las flores, los lagartos hibernados movieron la cola. Toda la naturaleza se desperezó como un gato después del sueño. Los humanos tardaron en darse cuenta de que era el dios de cada día el que había nacido en esa cueva y al final terminaron por convertir es...
Nació en una gruta muy oscura una Nochebuena como esta. Las semillas, los insectos y algunos reptiles, antes que los pastores, supieron que había nacido dios y a su manera celebraron un prodigio semejante. Gracias a la energía que brotaba de esa gruta las semillas germinaron bajo tierra, los insectos iniciaron su bullicio entre las gemas de las flores, los lagartos hibernados movieron la cola. Toda la naturaleza se desperezó como un gato después del sueño. Los humanos tardaron en darse cuenta de que era el dios de cada día el que había nacido en esa cueva y al final terminaron por convertir ese milagro en una fiesta. Para conmemorar su nacimiento por todo el Imperio Romano la gente se hacía regalos, los amos sentaban a sus esclavos esa noche a la mesa y con sus propias manos les servían exquisitos manjares y licores. Durante el banquete todos juntos cantaban y reían, se hacían promesas de amor y de paz, aunque al abrazarse notaban que las dagas seguían bajo las faltriqueras. Terminada la fiesta los amos y los esclavos volvieron cada cual a su lugar, unos abajo y otros arriba, y la gente continuó matándose como si se tratara de un oficio ordinario. El niño nacido en la gruta creció un poco más cada día hasta que la savia de los árboles llegó a la última punta de todas las ramas y los trigales comenzaron a ondularse con la brisa de primavera. Pero ese dios estaba destinado a morir, un rito que sucedería cuando al terminar la siega el calor del verano hiciera estallar las sandías que había en la mesa. Su muerte sería muy lenta hasta convertirse en otra hoja amarilla que en otoño pisas con los zapatos. Morir para resucitar, esa es la promesa que nos ofrece la luz del solsticio de invierno, el nuevo dios que vuelve a nacer esta Nochebuena. Morir moriremos todos, pero resucitar es cosa de cada uno según a cada uno le parezca. Salud.