COLUMNA

Leonor y Sofía

Las fotos que más me atañeron de la jura de la Constitución de la heredera fueron las de Leonor y Sofía de Borbón Ortiz, tan jóvenes y tan solas entre la multitud de adultos y la solemnidad del acto

La princesa de Asturias, Leonor de Borbón, acompañada por su hermana, la infanta Sofía, durante su ceremonia de jura de la Constitución en el Congreso de los Diputados.Ballesteros (EFE)

La que tiene una hermana tiene un espejo extra. Si es mayor, uno de aumento donde ver magnificados sus virtudes para emularlas, o sus defectos, para enmendarlos. Si es pequeña, un retrovisor en el que verse a una misma más tierna, saber lo que le aguarda a esa criatura y debatirse entre el afán de protegerla, la soberbia de guiarla y la tentación de martirizarla con el ya te lo dije. Una hermana puede ser una rival o una aliada. Un apoyo constante o un constante ajuste de cuentas. O todo eso a distintas horas del día, o de la vida. Quizá porque soy madre de hermanas, las fotos que más me atañe...

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La que tiene una hermana tiene un espejo extra. Si es mayor, uno de aumento donde ver magnificados sus virtudes para emularlas, o sus defectos, para enmendarlos. Si es pequeña, un retrovisor en el que verse a una misma más tierna, saber lo que le aguarda a esa criatura y debatirse entre el afán de protegerla, la soberbia de guiarla y la tentación de martirizarla con el ya te lo dije. Una hermana puede ser una rival o una aliada. Un apoyo constante o un constante ajuste de cuentas. O todo eso a distintas horas del día, o de la vida. Quizá porque soy madre de hermanas, las fotos que más me atañeron de la jura de la Constitución de la heredera de la Corona fueron las de Leonor y Sofía de Borbón Ortiz, tan jóvenes, tan juntas y tan solas en medio de la multitud de adultos hiperconcernidos por la solemnidad del acto. Se llevan 18 meses. Un suspiro y una eternidad cuando, zarandeadas por distintas fases del terremoto de la adolescencia, una cruza el hito de la mayoría de edad bajo el escrutinio público mientras la otra surfea en relativa intimidad el oleaje de sus 16 años y medio. Ninguna es nueva en esto. Ambas han crecido sabiendo que la mayor es distinta extramuros por mucho que sus padres se desvivan por no hacer distingos dentro. Por eso me conmovió ver cómo se buscaban con los ojos, cómo se les iban las manos a la otra, cómo miraban las dos a sus viejos sabiendo que ellos saben. Ni princesa ni infanta ni gaitas. Dos hermanas cómplices frente al mundo ahí fuera.

Una, quizá, echando de menos el segundo plano de la otra. La otra, quizá, echando de más el primero de la una o pensando de la que se ha librado. Todo, a ratos, como todo en la vida. Quizá hubieran preferido pasar la noche del gran día viendo juntas una película de miedo en el sofá de casa, o desmadrándose en un fiestón de Halloween, en vez de en un ágape con su parentela, más que de dos ramas, de dos planetas. No lo sabremos, pero sí lo que decían sus ojos horas antes. Silvestres, pícaros, aún genuinamente asombrados los de la pequeña. Inocentes, pero no tanto, los de la mayor, ya lastrados por el peso de la responsabilidad en los párpados. Su futuro, el de ambas, es una incógnita. La vida da vueltas de campana. Pero se tendrán la una a la otra. Riéndose. Llorando. Consolándose. Picándose. Reconciliándose. Queriéndose, o no tanto. Pero hablando el mismo idioma que solo conocen ellas en España y que no es el español ni el inglés ni ninguna de las lenguas cooficiales.

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