Vida Bárbara
Esto no es ningún cuento. Sucedió en Tenerife. La abuela se llamaba Bárbara y bárbara fue hasta el último día. Como la muerte. Como la vida
El sábado, con septiembre nunca se sabe, amaneció un día de escándalo en la isla. Ni frío ni calor ni lluvia ni viento. El tiempo ideal para que las señoras lucieran sus vestidos y los señores sus trajes y salieran todos guapísimos en las fotos. La abuela se levantó pronto, se dejó peinar la pelambrera recién teñida color violín Stradivarius y repintar las cejas nuevas sobre el surco de las viejas, antes de que fenecieran de tanto de...
El sábado, con septiembre nunca se sabe, amaneció un día de escándalo en la isla. Ni frío ni calor ni lluvia ni viento. El tiempo ideal para que las señoras lucieran sus vestidos y los señores sus trajes y salieran todos guapísimos en las fotos. La abuela se levantó pronto, se dejó peinar la pelambrera recién teñida color violín Stradivarius y repintar las cejas nuevas sobre el surco de las viejas, antes de que fenecieran de tanto depilárselas de joven, cuando se estilaban tipo pata de mosca. Luego se puso de punta en blanco y negro con un pantalón y una blusa floreada en plan alivio de luto por su marido muerto hace un año y, genio y figura, un bastón pintado a juego. Menuda era. A los 87 años, el alzheimer que le dejaba en la punta de la lengua palabras y recuerdos aún le respetaba la coquetería y la sonrisa. Ese día la gastaba de oreja a oreja. Por fin se casaba su nieta con su novio y cristianaban a su niña de un añito en la misma misa, más valía tarde que nunca.
Quizá, mientras le tiraba un beso a su hijo, el padre de la novia, desde su banco de la iglesia, y firmaba en el libro de testigos, la abuela evocara las calamidades pasadas para sacar adelante cinco bocas deslomándose en su colmado de pueblo y que ahora su hijo pudiera convidar a amigos de todo el archipiélago y la península a una finca como las de las películas para brindar por la nueva rama de la familia. No debía de andar ya muy católica. No quería aguarle la fiesta a nadie, pero, a medio día pidió retirarse a casa. En el baile de la boda, lubricado por la barra libre, sonaba el Oye, mira hacia arriba, disfruta las cosas buenas que tiene la vida de Chayanne, cuando, con el sol poniéndose, la mala nueva disolvió la juerga. Un infarto acababa de romper el corazón de la abuela en Urgencias. Las flores del ramo de la nieta y la diadema de la bisnieta fueron las primeras del duelo, mientras los deudos se consolaban con que la finada había esperado a morirse a que acabara la ceremonia, en uno de esos cuentos que nos contamos los vivos para poder seguir levantándonos de la cama. Pero esto no es ningún cuento, sino un relevo generacional en directo. Sucedió en Tenerife el sábado pasado. La abuela se llamaba Bárbara y bárbara fue hasta el último día. Como la muerte. Como la vida.