Columna

Divergentes: golondrina de un solo verano

No sé si hay muertes mejores. Sé que los mejores hombres intentan procurarlas.

Ejemplar de golondrina daúrica.Daniel Pettersso

El hombre con quien vivo dejó de comer carnes rojas, no está de acuerdo con la caza, ya no pesca. Yo como carne de cualquier clase, cazo si hay ocasión de hacerlo, me gusta pescar. Él hace yoga. Yo corro una hora por día. Él ha comenzado a escuchar mantras en un idioma raro. Yo escucho a Pearl Jam. Él alimenta gatos callejeros, los castra, los da en adopción, ya no puede ver películas donde los animales sufran. Yo ayudo a la gente que vive en la calle, miro todo tipo de películas. Aunque algunas cosas no cambiaron —por suerte no lee nada de lo que escribo, excepto que yo se lo lea en voz alta ...

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El hombre con quien vivo dejó de comer carnes rojas, no está de acuerdo con la caza, ya no pesca. Yo como carne de cualquier clase, cazo si hay ocasión de hacerlo, me gusta pescar. Él hace yoga. Yo corro una hora por día. Él ha comenzado a escuchar mantras en un idioma raro. Yo escucho a Pearl Jam. Él alimenta gatos callejeros, los castra, los da en adopción, ya no puede ver películas donde los animales sufran. Yo ayudo a la gente que vive en la calle, miro todo tipo de películas. Aunque algunas cosas no cambiaron —por suerte no lee nada de lo que escribo, excepto que yo se lo lea en voz alta para ver si funciona: si llora, funciona; si dice “muy lindo”, no—, cada vez nos parecemos menos. Es una buena noticia: logramos no caer en el barro de la mímesis siamesa. Cuando escucho que alguien se separa porque “no teníamos un proyecto juntos” me pregunto si estar vivos al mismo tiempo en el mismo planeta no es suficiente “proyecto juntos”. El año pasado caminábamos por Marbella. Él se detuvo de golpe. Tiene un radar de alcance ilimitado para detectar el sufrimiento animal. Levantó algo del suelo: era una golondrina con el ala hecha trizas. Buscamos una caja en un supermercado. Regresamos al hotel, el pájaro de contrabando. Le organizó un nido cómodo. Fuimos a cenar. Él no podía pensar en nada que no fuera el animal sufriente. Pasó la noche buscando direcciones de rescatistas, enviando mensajes. Le respondió una mujer búlgara: podía encargarse, pasaría en la mañana. Pasó. Él le dio indicaciones —sólo comen insectos, etcétera— pero la mujer le dijo que había recuperado a cientos de golondrinas y se la llevó. Al rato, envió una foto del ala desplegada y un mensaje: “Lo siento. Le falta un trozo. No se puede hacer nada. Hay que ponerla a dormir”. Él miró la foto. Dijo: “Bueno, le di una muerte mejor. Se la hubiera comido un perro”. No sé si hay muertes mejores. Sé que los mejores hombres intentan procurarlas.

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