El desconcierto del PP

Las contradicciones entre Feijóo y otros líderes del PP sobre los pactos con el PSOE delatan el bloqueo del partido

Alberto Núñez Feijóo, el lunes en los actos con motivo de la festividad de Santiago Apóstol en la catedral de Santiago.ÓSCAR CORRAL

El PP intenta salir del estado de shock en el que confesadamente entró tras comprobar que los resultados electorales del 23-J desmentían los pronósticos y dejaban al partido lejos de una mayoría absoluta tanto en solitario como con Vox. El impacto del resultado alumbró a continuación una propuesta del líder popular al PSOE de un pacto de Estado. Es difícil de entender el rápido tránsito del candidato ganador de las elecciones: de estar dispuesto a un acuerdo con la ultraderecha de Vox para terminar con el Gobierno de Pedro Sánchez a proponer al propio Pedro Sánchez un acuerdo para acabar con s...

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El PP intenta salir del estado de shock en el que confesadamente entró tras comprobar que los resultados electorales del 23-J desmentían los pronósticos y dejaban al partido lejos de una mayoría absoluta tanto en solitario como con Vox. El impacto del resultado alumbró a continuación una propuesta del líder popular al PSOE de un pacto de Estado. Es difícil de entender el rápido tránsito del candidato ganador de las elecciones: de estar dispuesto a un acuerdo con la ultraderecha de Vox para terminar con el Gobierno de Pedro Sánchez a proponer al propio Pedro Sánchez un acuerdo para acabar con su obra de gobierno. Ayer anunciaba Vox por su parte que no bloquearía una investidura de Alberto Núñez Feijóo en caso de que el PP encontrase “cinco o seis socialistas buenos” que le facilitaran las abstenciones que necesita para hacerla posible, lo que acerca la actual resaca electoral a la comedia bufa.

A la propuesta de Feijóo —sin concreción en método o contenido— le sucedieron, apenas 24 horas después, las declaraciones de otros líderes del PP, de su círculo de confianza, en direcciones contradictorias. En línea con el argumentario exhibido durante toda la legislatura para hacer oposición, la portavoz del partido, Cuca Gamarra, afirmaba en el Congreso de los Diputados que la abstención de Junts para facilitar una posible investidura de Sánchez significaría que “la capital de España ya no sería Madrid, sino Waterloo”, en alusión al lugar donde está fugado de la justicia el expresident Carles Puigdemont. De facto significaba la vuelta a la puesta en escena habitual del PP sobre la fragilidad de la unidad de España si gobierna Sánchez, apenas horas después de que el líder popular hubiera formulado la pretensión de pactar acuerdos con el mismo Sánchez. Según Feijóo, el objetivo de la oferta era evitar que en España “gobiernen” los independentistas, aunque no figuraron nunca en el Gobierno de coalición, hoy en funciones, ni tampoco parece previsible que estén en una potencial reedición.

El margen de maniobra del PP para conseguir una investidura de Feijóo se estrecha cada día más, en buena medida por la ruptura de todos los vínculos políticos con la mayoría de las fuerzas políticas que respaldaron parlamentariamente al Gobierno saliente. La negociación propuesta por Feijóo al PNV quedó abortada el martes, antes siquiera de empezar, ante el rechazo del nacionalismo conservador vasco a abrir conversación alguna sobre su investidura. Era la respuesta previsible ante el discurso de confrontación sistemática al Gobierno y a todos sus socios parlamentarios, como el PNV. Teniendo en cuenta además que en la ecuación debería estar, por activa o por pasiva, la extrema derecha. La legítima aspiración a una investidura como partido más votado tiene el límite de la credibilidad política: considerar que hoy el PSOE es el partido de Estado que supuestamente no era hace tres días resulta difícil de digerir, además de echar por tierra la batería argumental completa del PP durante los cuatro años de la legislatura.

Nada es imposible en política, ciertamente, pero este giro de guion es un triple salto mortal. Como suele hacer, Esperanza Aguirre lo expresó gráficamente al afirmar que es difícil vender al electorado conservador la derogación del “sanchismo” y a la vez el acuerdo con el “sanchismo”.

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