La TIA

Si se sigue aferrado a Twitter es por esos momentos de risa. Y, también, por las extrañas explosiones de amor que, como estrellas fugaces, dan sentido a la vida. Gracias, Francisco Ibáñez

El dibujante Francisco Ibáñez muestra la última aventura de Mortadelo y Filemón "El ordenador...¡qué horror!".Antonio Espejo

A veces en las redes sociales resuena un consenso que te pilla a contrapié. Acostumbrados a tanto insulto, tanta mala hostia y tanta política —perro sanxe es el mejor meme de los últimos tiempos nacido en ellas— cuesta creer que de repente irradien amor. Cientos de usuarios hurgando por una vez en su lado más tierno e íntimo y contándolo sin un ápice de veneno, a calzón quitado. Ese es el efecto que ha tenido en Twitter la muerte del ...

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A veces en las redes sociales resuena un consenso que te pilla a contrapié. Acostumbrados a tanto insulto, tanta mala hostia y tanta política —perro sanxe es el mejor meme de los últimos tiempos nacido en ellas— cuesta creer que de repente irradien amor. Cientos de usuarios hurgando por una vez en su lado más tierno e íntimo y contándolo sin un ápice de veneno, a calzón quitado. Ese es el efecto que ha tenido en Twitter la muerte del dibujante Francisco Ibáñez, creador de Mortadelo y Filemón.

En mi timeline, que ya me disculparán, pero soy catalana, y en Twitter seguimos prácticamente instalados en el otoño de 2017, las cuentas del independentismo más excluyente y las del españolismo más fervoroso han hecho un paréntesis inimaginable para alabar el legado de Ibáñez. Ni una referencia a si el dibujante entretenía a millones de personas en catalán o en castellano. Con el lagrimal a reventar, hay que darse desganados golpecitos en la mejilla para comprobar que no es un sueño.

Que seguro que si busco, encuentro, como nos decían nuestros mayores. Pero no es cuestión de trabajar en la desilusión. De atascarse en los tuits que nunca se escribieron. O en esas respuestas ponzoñosas al desliz candoroso del trol más despiadado. Ibáñez formó el universo infantil de miles de personas, que ayer le dieron las gracias colmando Twitter de afecto. Adultos que siguen guardando y coleccionando los tebeos que nos enseñaron que la TIA, los Técnicos de Investigación Aeroterráquea, son nuestros mejores servicios de inteligencia. También los propios. ¿En qué sección trabaja usted? En la TIA de EL PAÍS.

Una TIA con misiones brillantes en la era postprocés, con policías infiltrados en camisón. El último caso es el de una joven agente empotrada en los movimientos sociales e independentistas de Girona, destapado por el semanario La Directa. La mujer fingió una relación sentimental de dos años, según ha denunciado su expareja, que asegura que vivió bajo el mismo techo con quien creía que era el amor de su vida. “Esto de la policía infiltrada es muy gordo, tanto desde el punto de vista humano como, sobre todo, de calidad democrática”, escribe el gestor cultural Xavier Fina, en un tuit resumen de la opinión de parte del público. Al otro lado del foso se reúnen quienes apodaron Rabocop a otro policía que entabló relaciones sexuales y afectivas con varias mujeres del movimiento libertario de Barcelona para sonsacarles información.

El uso despiadado de la franqueza que se teje bajo las sábanas navega por todos los límites legales. Cinco mujeres se han querellado contra el policía de Barcelona. Y el hombre de Girona, Óscar C., también prepara su denuncia. Una crueldad que solo puede taponarse con humor. “Si eres de la CUP, nunca habías tenido facilidad para el flirteo y desde 2017 no paras de joder, tengo malas noticias para ti”, escribe Gargotaire, algo así como garabateador, con una socarronería imposible en Twitter. “Pues yo soy indepe de pura cepa, y ni así”, le sigue Forat Negre (agujero negro), de los pocos que entra en la broma. “Qué me vas a contar”, zanja el otro.

Hay pocas cosas más sanas que reírse de las desgracias que nos acechan. Porque si, como dice La Pous, la educadora social Alba Fernández, nos ponemos en serio a repasar la que hemos armado por nuestros ridículos fracasos amorosos, faltaría espacio en el universo, en el metaverso y en cualquier otra dimensión aún por descubrir. Si se sigue aferrado a Twitter es por esos momentos de risa. Y, también, por las extrañas explosiones de amor que, como estrellas fugaces, dan sentido a la vida. Gracias, Francisco Ibáñez.

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