Vox y el aullido del viento eurófobo en la UE
La ultraderecha avanza en apoyos y cuota de poder. El gran peligro es que los populares europeos asuman algunos de sus postulados mientras los Veintisiete necesitan construir más integración
Los sondeos y los movimientos políticos en España apuntan a que hay una seria posibilidad de que el próximo Gobierno español sea una coalición entre Partido Popular y el ultraderechista Vox, que ronda el 14% en la intención de voto, según una encuesta publicada por este diario. En Finlandia, acaba de instalarse un...
Los sondeos y los movimientos políticos en España apuntan a que hay una seria posibilidad de que el próximo Gobierno español sea una coalición entre Partido Popular y el ultraderechista Vox, que ronda el 14% en la intención de voto, según una encuesta publicada por este diario. En Finlandia, acaba de instalarse un Gobierno de coalición precisamente entre derecha tradicional y ultra; en Suecia, se halla al mando un Ejecutivo conservador con el apoyo parlamentario esencial de la extrema derecha; en Alemania, AfD oscila alrededor del 20%, lo que le sitúa como segundo partido; en Italia, Hermanos de Italia viaja estable como primera fuerza con alrededor del 30% (la Liga suma otro 10% aproximadamente); en Francia, el partido de Le Pen va bien en los sondeos (al igual que el de Mélenchon, de izquierdas, pero con claros tintes euroescépticos); en Hungría, Orbán obtuvo una rotunda validación en las últimas elecciones; en Polonia, el PiS mantiene una ventaja de cara a las legislativas previstas para otoño.
Este es el panorama, y acarrea varias inquietantes consecuencias. Una de ellas es, más allá del propio auge de los ultras abiertamente eurófobos, la influencia que ello tiene en la familia popular, fundamental para la construcción europea. Un ejemplo instructivo es el recuerdo de lo que ocurrió en las últimas elecciones presidenciales en Francia. Ante el fuerte empuje de Le Pen, en el partido de la supuesta derecha moderada —Los Republicanos— varios candidatos asumieron entre sus propuestas la de celebrar un referéndum para afirmar la primacía del derecho francés sobre el comunitario en materia migratoria. Un auténtico torpedo en la línea de flotación de un principio fundamental de la UE.
Otro problema es la configuración que se pueda quedar en el próximo parlamento europeo que se elegirá en el junio de 2024. Según la plataforma Europe Elects, que monitorea sondeos y elabora proyecciones, con el paso adelante de las formaciones nacionalistas, ahora la suma de esos grupos más el PPE rondaría el 44% de los escaños en la Eurocámara. Las formaciones ultra están divididas en dos grupos, los Conservadores y Reformistas Europeos (Hermanos de Italia, PiS, Vox, Demócratas Suecos, entre otros) e Identidad y Democracia (Le Pen, AfD, Liga, entre otros). Es un universo amplio, con matices, y en el corto plazo las posibilidades de cooperación del PPE son más realistas con el primero que con el segundo. Pero el 44% llama la atención, y una vez que se abren ciertas vedas, otras pueden caer después.
La UE necesita adaptarse a los nuevos tiempos. Necesita más autonomía estratégica —porque depender, en este mundo, es peligroso, y la UE sigue sufriendo grandes dependencias energéticas, militares y tecnológicas— y esto es una manera de decir que hay que otorgar más competencias a la comunidad; necesita prepararse para ampliarse —porque valores e intereses avalan que dejemos entrar a países balcánicos y del Este que lo anhelan— lo que reclama reducir los poderes de veto. Necesita muchas reformas que se pueden prever ahora, y otras imprevisibles. Surgirán problemas, y en cada uno habrá que ponderar las soluciones más eficaces. Pero, en un mundo globalizado y brutal, cabe prever que la mejor respuesta por lo general es más integración, no más nacionalismo.