Columna

Feijóo y la ultraderecha, cursillo prematrimonial

Nunca fue tan fácil pasar por moderado en la derecha española desde que apareció Vox, basta susurrarles “así no, así no” mientras los metes por la gatera en los gobiernos

Alberto Núñez Feijóo (a la izquierda) y Santiago Abascal sonríen durante el desfile del pasado 12 de octubre.Samuel Sánchez

Alberto Núñez Feijóo, y todo lo que va a pasar en España a partir de ahora, incluyendo los fantásticos pactos del PP con Vox en ayuntamientos y comunidades (¿han leído el acuerdo de Valencia?: “Estamos a favor del oxígeno y en contra del cáncer...

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Alberto Núñez Feijóo, y todo lo que va a pasar en España a partir de ahora, incluyendo los fantásticos pactos del PP con Vox en ayuntamientos y comunidades (¿han leído el acuerdo de Valencia?: “Estamos a favor del oxígeno y en contra del cáncer; tras estos puntos en común procedemos a repartir cargos”), se explica desde dos ejes fundamentales: Galicia y Bertín Osborne. Al segundo Feijóo fue a visitarlo a su casa, que es la tuya, para decirle que rechazó un cargo en el Gobierno de Aznar antes de cumplir 30 años. ¿Por qué? “Cuando un chaval tiene 29 tacos, esto de hacerse del PP… no lo veo”. La frase es impresionante (Nuevas Generaciones la debería enmarcar en sus congresos) porque describe un sentido político sin el que no se entiende Feijóo: se mueve por sensaciones, es un político ambiental, un hombre que cada mañana moja el dedo y lo saca por la ventana para ver por dónde viene el aire, y cuando cierra la ventana lo seca y a otra cosa, eso si no se lo mete a alguien en el ojo: su concepto de libertad de prensa y la RTVG lo saben. Sus convicciones son las tuyas hasta que gobierna. En tu casa, que también es la de Bertín Osborne, el presentador le preguntó si consideraba a Vox extrema derecha y Feijóo dijo que, “usando parámetros europeos”, lo era. “Pero si no les gusta que se lo llamemos, no se lo llamaré”. Tampoco pactará con ellos, pero si les molesta, pactará. Es de esos políticos a los que, cuando hablan de líneas rojas, no hay que preguntarles dónde están las líneas, sino pedirles, como un oculista, que señalen el color rojo.

En Galicia, Feijóo se labró fama de gestor que extrapoló al resto de España. La gente nunca se dio cuenta de lo que realmente decía: Galicia era su gestoría. La moderación fue marketing: donde no gobiernas te juzgan por lo que dices, y Feijóo habla en moderadés, que es el idioma que usa la derecha desde tiempos de Gallardón, que dimitió de un Gobierno del PP porque se le fue la mano con el aborto. Nunca fue tan fácil pasar por moderado en la derecha española desde que apareció Vox, basta susurrarles “así no, así no” mientras los metes por la gatera en los gobiernos. Lo cierto es que la memoria (otra cosa que quiere derogar Feijóo, pero en 2006 aprobó entre enormes adversativas el reconocimiento de la figura del fusilado Alexandre Bóveda, nacionalista gallego) nos devuelve a un Feijóo en la oposición a Touriño, entonces presidente de la Xunta, haciendo una campaña trumpista antes de Trump, lo suficientemente bruta como para dejar de derrochadores y amantes del lujo a dos señores, Touriño y Quintana, para los que el lujo es H&M. “¿Se arrepiente?”, pregunté en Diario de Pontevedra al hoy presidente de la Xunta, Alfonso Rueda: “Fue una campaña desde la oposición. Las elecciones no se ganaron o se perdieron por quince días. Intentamos resumir en dos semanas los cuatro años de bipartito desunido y desconectado con la realidad. Si tuvimos más o menos fortuna en hacerlo…”.

El pacto del PP en Valencia con la extrema derecha, su ridícula forma de presentarlo, es marca Feijóo: lo que sea, de la forma que sea y hasta donde haga falta. El mismo que en 2019 gritó en un mitin a Vox: “Mucho decir ‘viva España’, pero qué sabéis, ¡de qué coño sabéis!”, nos los saca al encerado a darnos clase.

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