¿Mestalla? Todos racistas
Los insultos deplorables dentro y fuera del estadio no justifican una acusación generalizada a todo el público de Valencia, como critican diversos tuiteros, incluidos políticos
No fueron ni uno ni dos sino bastantes, muchos, demasiados, en todo caso, los que profirieron insultos racistas contra Vinicius en el interior y el exterior del estadio de Mestalla. Pero fue una minoría, unos pocos respecto a los 46.000 espectadores que acudieron a la cita para animar a su equipo en la lucha por no bajar a la segunda división. Por esos pocos (algun...
No fueron ni uno ni dos sino bastantes, muchos, demasiados, en todo caso, los que profirieron insultos racistas contra Vinicius en el interior y el exterior del estadio de Mestalla. Pero fue una minoría, unos pocos respecto a los 46.000 espectadores que acudieron a la cita para animar a su equipo en la lucha por no bajar a la segunda división. Por esos pocos (algunos ligados a la ultraderecha como los que recibieron al Real Madrid en la calle), el nombre de Valencia, la ciudad y el equipo, ha dado la vuelta al mundo asociado al racismo. Las imágenes y los hechos son bochornosos, deplorables y no se pueden negar, ni justificar. Revelan un racismo arraigado. Como valenciano y valencianista, me avergüenzan.
La autocrítica es un ejercicio siempre recomendable. “No señalar a los racistas tan solo ayuda a quienes atacan al València CF y a quienes ensucian la imagen del club con su comportamiento, que se amparan en esa complicidad que otros les brindan creyendo que así protegen sus colores”, dice un tuit del periodista valenciano Miquel Ramos. Ahora bien, eso no significa callar ante los abusos, como suelen ser las generalizaciones, o ante la doble vara de medir, como es habitual entre los comentaristas de parte y en determinadas entidades. No solo el entrenador del Madrid, Carlo Ancelotti, acusó a todo Mestalla de insultos racistas, si bien lo hizo al calor del pospartido (el martes se corrigió), también numerosos vocingleros lo han dado por hecho y han extendido la acusación a los valencianos, en general. Con Madrid, y el Madrid, hemos topado.
Son muchos también los mensajes que recuerdan cómo hace tres semanas se escuchó en el estadio Santiago Bernabéu muy nítidamente, y no de la garganta de uno ni de dos ni de tres, el siguiente cántico, tras el “¡Pep Guardiola, hijo de puta!” de rigor: “Ay, Guardiola, Guardiola, qué delgado se te ve. Primero fueron las drogas. Hoy por Chueca se te ve”. No hubo entonces ninguna generalización ni denuncia sobre la homofobia del Bernabéu. O apenas trascendieron. Tampoco se puede comparar con lo de Valencia, ni es de recibo entrar en el barro político del “y tú más”, aducen varios tuiteros en un debate en el que invariablemente sus participantes son de uno u otro equipo. Es distinto, sí, empezando por los hechos y el escenario. El catalán lo dejó pasar, tal vez esperando responder en el partido de vuelta en Manchester. Vinicius optó por denunciarlo en el mismo terreno de juego. Fue valiente y ha provocado una reacción social, política y deportiva.
Otra cosa es la posible sobreactuación, como mostrar esposados a los dos tarugos que fueron detenidos unas horas. Hay que tomar medidas ejemplares. Los cinco partidos de cierre de una grada de Mestalla con que la Federación de Fútbol ha sancionado al Valencia también lo es. ¿Es proporcional con la ausencia de castigo por parte de esa misma entidad, que organiza la Supercopa en un país tan libre y democrático como Arabia Saudí, a otros estadios investigados por racismo? Las redes ardían el miércoles por el lado de los tuiteros valencianos. La coyuntura política también apremia. El alcalde de Valencia, Joan Ribó, de Compromís, envió este tuit: “No se puede actuar de una forma aquí y mirar hacia otro lado en otros sitios”. Y la vicealcaldesa, la socialista Sandra Gómez, el siguiente: “Indignación con la campaña de desprestigio orquestada desde Madrid y con la acusación de racismo generalizado”.
Las redes son la expresión de la emocracia en la que vivimos, un régimen regido por las emociones en el que el fútbol es uno de sus catalizadores. Ahora se han desterrado antiguos insultos racistas en otros estadios. También en el Bernabéu. ¿Quién está a salvo? ¿Cuándo alzará la voz la mayoría silenciosa? Al menos estas aberraciones racistas recuperadas, que incluyen risas de niños ante despreciables comentarios de sus padres, hoy no pasarían inadvertidas. ¿O sí?