Morir en abril
Patricia Rite era una chica guapísima con las ganas de vivir aún libres de desengaños y pérdidas. Si todas las muertes son tristes, morir joven en abril es tristísimo
Mi amigo Pachi tuvo una muerte tontísima. Lo conocí en mis prácticas de periodista, siendo yo una pipiola de 18 añitos y él un tiarrón de veintipocos, barba de meses y mochila roñosa a la chepa que me pareció la viva encarnación del reportero de calle y me inoculó el veneno del oficio para los restos. Poco después, una tarde de abril, aquel cráneo privilegiado de culo inquieto, que había fundado un periódico desde donde les zurraba a los jerarcas y les sacaba la pasta justa a los tenderos para poder pagar a sus colaboradores, se tiró en parapente desde un cerrillo de poca monta, aterrizó de ma...
Mi amigo Pachi tuvo una muerte tontísima. Lo conocí en mis prácticas de periodista, siendo yo una pipiola de 18 añitos y él un tiarrón de veintipocos, barba de meses y mochila roñosa a la chepa que me pareció la viva encarnación del reportero de calle y me inoculó el veneno del oficio para los restos. Poco después, una tarde de abril, aquel cráneo privilegiado de culo inquieto, que había fundado un periódico desde donde les zurraba a los jerarcas y les sacaba la pasta justa a los tenderos para poder pagar a sus colaboradores, se tiró en parapente desde un cerrillo de poca monta, aterrizó de mala manera, se partió un brazo y, mientras se lo enyesaban, le subió un trombo al corazón y hasta luego, Pachi. De su entierro, el primero al que iba de alguien de mi quinta, recuerdo, además de los aullidos de su madre, el solazo dorando el luto de los dolientes y a mí rumiando que morirse joven y en primavera es morir tres veces, porque, además del presente y el futuro, te perdías el verano, estando a las mismísimas puertas. Qué idiota era.
Pensé en Pachi, y en qué hubiera sido de su vida si no se hubiera calzado aquellas alas de nailon aquella tarde, al conocer la muerte el domingo de Patricia Rite por un cáncer de piel a los 30 años. Patricia, exconcursante de un programa de esos donde se va a hacerse famoso con la excusa de buscar novio, era una chica guapísima, rubia de ojos azules, con las ganas de vivir aún libres de desengaños y pérdidas, que ni siquiera saltó de ningún monte para ponerlas en riesgo. Las mantuvo hasta el último día en el relato que de su calvario hizo en Instagram, a la vez que reseñaba las marcas de los pijamas que usaba para estar mona en los hospitales. En su último mensaje, eso sí, se aprecian en su rostro los estragos del veneno que le daban para tratar de alargarle la vida y, en sus ojos, la sabiduría de quien conoce el dolor más terrible carcomiéndole las entrañas sin comerlo ni beberlo. Ni los oí ni lo vi, pero puedo imaginar los aullidos de su madre y el sol brillando, precioso, en su despedida. Si todas las muertes son tristes, morir joven en abril es tristísimo. Soy yo, sin que me tocara nada, y tengo el corazón en un puño. Por ella y, sí, todavía, por Pachi. Vayan estas líneas en su memoria.