La gran noche de José María Aznar

El expresidente recitó dos versos de Manuel Machado y remató proclamando: “Ni me voy a jubilar, ni me voy a callar”

José Maria Aznar y Ana Botella llegan al Teatro Real para celebrar su cumpleaños, el pasado 25 de febrero, en Madrid.Manuel Pinilla Cruces (Europa Press)

Los vimos entrar entre las ocho y las nueve de la noche. La mayoría políticos, algunos empresarios. Los vimos porque, como en la boda de su hija hace veinte años, la celebración privada había adquirido también una dimensión pública. Es verdad que la exalcaldesa Ana Botella quería que la fiesta de cumpleaños de su marido fuese sorpresa, y no nos habríamos enterado, pero eran muchos nombres de postín, circuló parte de la lista de 200 invitados y el pasado sábado fotógrafos y cronistas esperaron ante una puerta lateral del Tea...

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Los vimos entrar entre las ocho y las nueve de la noche. La mayoría políticos, algunos empresarios. Los vimos porque, como en la boda de su hija hace veinte años, la celebración privada había adquirido también una dimensión pública. Es verdad que la exalcaldesa Ana Botella quería que la fiesta de cumpleaños de su marido fuese sorpresa, y no nos habríamos enterado, pero eran muchos nombres de postín, circuló parte de la lista de 200 invitados y el pasado sábado fotógrafos y cronistas esperaron ante una puerta lateral del Teatro Real. Era la Villa y corte, aunque esta vez no se escenificaría una boda real como entonces. Tocaba el reconocimiento del lugar patriarcal que el expresidente José María Aznar ocupa en el núcleo de poder de la derecha española. El reconocimiento de los suyos y su asunción de ese papel. Estaban la familia y los amigos y, entre corbatas y elegantes vestidos de color malva, el rencuentro de una elite madura que compartía la cena con los herederos que han designado y tutelan. No estuvieron Rajoy ni Casado. Sí Almeida y Ayuso, que llegó con Miguel Ángel Rodríguez.

Es verdad que algunos han caído por el camino, defenestrados o condenados, pero su círculo más próximo lo acompañaba esa noche en uno de los espacios del Real donde se organizan eventos. Es demagógico caracterizarlos como una casta. No es eso y además es una simplificación populista que impide comprender cuál ha sido y es su importancia y su influencia. Estaban los que debían estar para exhibirse como una clase dirigente que se reconoce como tal. Esta clase dirigente aznarismo, que se compactó entorno a él durante los años en la Presidencia del Gobierno, ha sido la más relevante en la España del siglo XXI. Triunfaron. Tenían, por fin, un partido moderno, una cultura política refundada, un modelo de sociedad. Tenían una idea de España, y del lugar de España en el mundo, que quisieron hacer hegemónica, y en buena medida lo lograron. Tenían un proyecto de desarrollo ambicioso que, tras el ciclo de las privatizaciones, consiguió muchos de sus objetivos: la clave era la concentración de poder en Madrid, más allá del poder institucional tradicional, y el impulso desde la capital de una expansión económica a escala internacional, en especial en América Latina, sincronizada con la dinámica de la globalización neoliberal.

En la mejor crónica de la fiesta que he leído, por supuesto la de El Español, se dice que los invitados llevaban los regalos en bolsas de Hermes o Fulham. Son formas de capital social. De la conciencia compartida de saber que no solo importa lo que sabes sino también a quien conoces. Esa noche podía traer los regalos el presidente de Endesa o de Repsol, el director ejecutivo de una de las principales empresas del magnate Murdoch o el exsecretario del Tesoro de Estados Unidos o el expresidente de México o el de Colombia.

A la hora de los discursos el primero que tomó la palabra fue el exministro Ángel Acebes, miembro del consejo de administración de Iberdrola. Siguió un amigo de siempre, Juan Hoyos Martínez de Irujo, consejero independiente de Ferrovial. Según Pedro J. Ramírez, que estaba allí, Aznar habló poco y cito dos versos de un soneto de Manuel Machado. No el primero del terceto final (“Basta que ya en tu escudo España lea”), pero sí los endecasílabos siguientes: “no sabe del amor quien no delira”, “ni sabe del vivir quien no pelea”. Uno dedicado a su esposa y el segundo, que cierra el poema, como un autorretrato. No es fácil identificar el poema. Se publicó por vez primera en marzo de 1942 en la principal plataforma intelectual de Falange: la revista Escorial. Tardó décadas en recopilarse en libro. Era uno de los tres que un grupo de amigos dedicaban al director de la revista ―Dionisio Ridruejo― porque había tomado la decisión heroica, cual Garcilaso, poeta y soldado, de enrolarse con la División Azul para luchar con el ejército nazi en el frente ruso. Aznar recitó esos dos versos, defendió la continuidad histórica de la nación, la libertad y remató proclamando que “ni me voy a jubilar, ni me voy a callar”.

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