El Opus Dei degradado

La norma dictada por el papa Francisco rebaja los privilegios de que disfruta la institución en el seno de la Iglesia católica

Colgadura en el Vaticano de un tapiz con la imagen de Escrivá de Balaguer para la ceremonia de su canonización, en octubre de 2002.

La trayectoria del Opus Dei ha sido en España y en el mundo una historia de éxito que acaba de vivir un primer episodio de desaliento o, cuando menos, de freno a su discreta y firme prosperidad. La institución ha descendido un escalón en la jerarquía de poder en la Iglesia católica a causa de la nueva norma del papa Francisco, Ad charisma tuendum (“Para tutelar el carisma”). En ella ha degradado al pre...

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La trayectoria del Opus Dei ha sido en España y en el mundo una historia de éxito que acaba de vivir un primer episodio de desaliento o, cuando menos, de freno a su discreta y firme prosperidad. La institución ha descendido un escalón en la jerarquía de poder en la Iglesia católica a causa de la nueva norma del papa Francisco, Ad charisma tuendum (“Para tutelar el carisma”). En ella ha degradado al prelado de la Obra, negándole la distinción del cargo de obispo. Tampoco podrá ostentar el anillo ni las vestiduras episcopales. Francisco ha dicho que quiere que la forma de gobierno del Opus Dei esté “basada más en el carisma que en la autoridad jerárquica”. La decisión de Francisco supone un golpe para uno de los pilares que, hace ahora 94 años, construyó su fundador, José María Escrivá de Balaguer: la obediencia jerárquica de sus miembros, por encima de todo, a la Obra.

La norma también le resta parte de la independencia que la institución ha disfrutado dentro de las paredes eclesiásticas hasta ahora. La Obra tendrá que rendir cuentas al organismo vaticano que evalúa la actuación ante determinadas cuestiones, llamado Dicasterio del Clero, y entre ellas están las “eventuales controversias” que afecten al Opus Dei. Ante este dicasterio también tendrá que presentar un informe anual sobre su situación y el “desarrollo de su trabajo apostólico”. Es otra novedad que estrecha el control sobre la Obra, porque hasta ahora solo tenía que entregar a la Congregación para los Obispos un documento similar con una periodicidad más laxa y relajada, cada cinco años. Las nuevas condiciones que dicta Francisco pueden forzar al Opus Dei a un ejercicio que le resulta particularmente ingrato y es muy infrecuente en la prelatura: dar explicaciones sobre la gestión de sus centros educativos, la forma en la que educa a sus sacerdotes e incluso responder a las acusaciones que recibe de decenas de exmiembros por abusos de poder, secretismo, sectarismo, coerción o proselitismo agresivo. Los desmentidos de la Obra a propósito de cada una de esas acusaciones han sido frecuentes y forman parte de su imagen pública.

El contratiempo es más simbólico que efectivo. El Opus Dei seguirá disfrutando de la misma condición, única en la Iglesia, de ser una prelatura personal, es decir, una institución dirigida por un prelado sin estar circunscrita a un territorio determinado, como las diócesis, y tampoco bajo la autoridad de ningún obispo. Ninguna otra institución canónica dispone de este privilegio, al que numerosos obispos se opusieron en 1982 cuando el muy conservador papa Juan Pablo II se lo concedió al Opus, dirigido entonces por Álvaro del Portillo. Su papel en la historia reciente de España ha sido más importante que el de cualquier otra institución religiosa y su poder se extiende a esferas muy alejadas de los muros de las iglesias. La contrariedad que causa esta imprevista rebaja de méritos indica de forma clara la escasa afinidad del papa Francisco con una de las instituciones eclesiásticas más conservadoras, opacas y ricas de la Iglesia.


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