El cáncer y el color de la felicidad

Escribo este texto para celebrar que mi amiga se ha curado. Y para dar espacio a la curación de un cáncer de mama como el suyo y el de muchas y pensar en alto sobre la suerte de estar vivos

Una dosis de quimioterapia es suministrada a un paciente.Gerry Broome/ AP

Cuando a mi amiga Luisa le detectaron un cáncer de mama en estado avanzado decidió ir a una “psicóloga del cáncer”, como ella misma la bautizó. Entonces, hará más de dos años, le recomendaron que iniciara un diario de las emociones como herramienta para lidiar con la enfermedad. El diario consistía en identificar todos los sentimientos por los que atravesaba a lo largo del día y asignar a cada uno un color. Descubrió así que tenía una amplísima paleta para los negativos: ansiedad, horror, terror, miedo, pánico, tristeza, asco, ira, incertidumbre, injusticia, decepción, pena, malestar, ansiedad...

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Cuando a mi amiga Luisa le detectaron un cáncer de mama en estado avanzado decidió ir a una “psicóloga del cáncer”, como ella misma la bautizó. Entonces, hará más de dos años, le recomendaron que iniciara un diario de las emociones como herramienta para lidiar con la enfermedad. El diario consistía en identificar todos los sentimientos por los que atravesaba a lo largo del día y asignar a cada uno un color. Descubrió así que tenía una amplísima paleta para los negativos: ansiedad, horror, terror, miedo, pánico, tristeza, asco, ira, incertidumbre, injusticia, decepción, pena, malestar, ansiedad… Y muy poca precisión para nombrar emociones relacionadas con la felicidad y su sentido. “Es verdad que estaba hecha polvo”, me explica. “Pero además me faltaban palabras y precisión”.

“Con la terapia y también con algunas cosas a las que te fuerza el cáncer, me he ido dando cuenta de que la felicidad es simplemente estar aquí y ahora”, me suelta al otro lado del móvil, desde algún lugar de la costa cántabra. Y yo saco la libreta del bolso y tomo nota sobre el capó de un coche aparcado en el centro de Madrid, con la urgencia de quien está robando un tesoro a una amiga. “La felicidad es estar simplemente aquí”, anoto sin perder el hilo que se desenvuelve al otro lado. “Pero ya ves, parece una chorrada. Es un sentimiento poco serio. El pánico lo puedes explicar con un montón de matices. Hasta me ponía poética a veces. Pero qué es estar aquí”. Luisa me pregunta como si yo tuviera la respuesta en forma de poema o de conjuro. Ella es ingeniera y yo escritora. Se supone que siempre tengo algo que decir y más si estamos hablando del alma humana. “No sé, cuando me pidieron lo de las emociones pensé en ti. Supongo que como escritora tendrás más palabras que yo para nombrar estas cosas. Me pareció un trabajo interesante”. Pero yo no tengo gran cosa que aportarle. También a mí me cuesta mucho poner colores a la felicidad. No me han diagnosticado un cáncer pero, hablando con ella, me doy cuenta de que me resulta muy difícil estar aquí y ahora, habitar realmente el presente: lejos de planes, esperanzas o amenazas. Lejos incluso de la libreta donde apunto frases que subrayan el deseo de seguir escribiendo. “En la tristeza te recreas”, me explica. “Pero, qué quieres que te diga, yo me sentía un poco idiota explicando a la psicóloga que un instante de felicidad había sido contemplar el vuelo de una mosca sin que interfiriese ninguna preocupación”.

Feliz es quien es capaz de aceptar la vida sin condiciones, con todo lo que la vida tiene. Felicidad es nombrar todos los colores. “Pero de qué color es una mañana fresca de primavera en la que tienes fuerzas, una donde la quimio te da un respiro y te agachas sin dificultad a recoger la caca del perro”, me pregunta. “De qué color es el aroma dulce de la playa por la tarde o el día que pasamos todos juntos en el porche de mi casa sin hacer nada, sin hablar de nada importante, dejando correr el tiempo”, sigue. “No sé poner nombre al sentimiento que tengo cuando, una tarde, estoy comiendo con mi marido y con mi hija y sé que ninguno de los tres tenemos miedo. Ni de qué color dibujar una noche en la que he dormido de un tirón, sin pesadillas ni dolores. No sé de qué color es el hambre sin naúseas, sin rastro de medicación, comer sin tener miedo a la digestión. Me faltan colores para demasiadas cosas y supongo que tiene que ver con que cada vez soy más feliz”.

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Escribo este texto para celebrar que mi amiga se ha curado. Y para dar espacio a la curación de un cáncer de mama en estado avanzado como el suyo y el de muchas y pensar en alto sobre la suerte de estar vivos. A menudo me entero por la prensa de las veces en que esta enfermedad es incurable. Se me encoge entonces el alma, como a todos, y me asaltan todos esos sentimientos precisos y oscuros, llenos de tempestad, de horror y de horizonte. Por eso quería escribir este discreto homenaje a su curación, para celebrar en alto todas las veces en que el cáncer termina y la vida sigue. Este año a Luisa van a faltarle los colores para nombrar la alegría. Pero a mí ha sabido recordarme que estar aquí es espléndido. Y que la literatura también debería ocuparse de los pequeños sentimientos que nos hacen vibrar y con los que la vida crea la melodía que a ratos nos acompaña.

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