Desolación en Filipinas
La victoria de Ferdinand Marcos Júnior y Sara Duterte-Carpio consolida la continuidad de un régimen nacionalpopulista
El resultado de las elecciones presidenciales y parlamentarias celebradas en Filipinas el lunes arroja un sombrío panorama para un país que recuperó la democracia hace 35 años, tras la sangrienta y corrupta dictadura de Ferdinand Marcos (1965-1986) y cuyo deterioro democrático e institucional ya comenzó en 2016 con el mandato del ultranacionalista Rodrigo Duterte. La campaña electoral, caracterizada por la desinformación, la demagogia...
El resultado de las elecciones presidenciales y parlamentarias celebradas en Filipinas el lunes arroja un sombrío panorama para un país que recuperó la democracia hace 35 años, tras la sangrienta y corrupta dictadura de Ferdinand Marcos (1965-1986) y cuyo deterioro democrático e institucional ya comenzó en 2016 con el mandato del ultranacionalista Rodrigo Duterte. La campaña electoral, caracterizada por la desinformación, la demagogia y el discurso del miedo, ha cristalizado en la elección de Ferdinand Marcos Júnior, alias Bongbong e hijo del exdictador, como nuevo presidente, y de Sara Duterte-Carpio, hija del polémico presidente saliente, como vicepresidenta. Ambos comenzarán a ejercer sus funciones el próximo 30 de junio. El escrutinio provisional emitido por la Comisión de Transparencia Electoral apunta a una arrolladora victoria de Marcos Júnior con 30,5 millones de votos sobre los 14,5 obtenidos por la reformista Leni Robredo.
Filipinas se adentra así todavía más en una deriva iliberal y populista abrazando una reinterpretación de su propia historia que edulcora y glorifica una dictadura que, amparada por una arbitraria ley marcial, detuvo, torturó y asesinó a miles de filipinos. Ostenta el triste y amargo récord del mayor saqueo de las arcas públicas por parte de un gobernante durante el siglo XX: se estima en unos 9.500 millones de euros al cambio actual. De nada han servido las constantes denuncias de Robredo, actual vicepresidenta, quien ha sido víctima de una brutal y eficaz campaña de desinformación propagada por las redes sociales desde donde se la ha acusado de asesinar a su marido y de estar vinculada a grupos terroristas comunistas. Los bulos y ataques en la Red no han tenido límites, incluyendo supuestos vídeos sexuales de las hijas de la vicepresidenta, reconocida abogada de los derechos humanos.
La decisión de los votantes no supone un giro repentino. Es la constatación del triunfo del discurso antipolítico iniciado hace seis años por Duterte, que ha gobernado con un mensaje nacionalpopulista con el que ha acallado cualquier crítica a la situación del país. Nada más llegar al poder inició una “guerra contra las drogas”, saldada con la muerte de miles de personas —las organizaciones defensoras de los derechos humanos estiman cifras demenciales de entre 27.000 y 30.000 fallecidos— y que ha obligado al Ministerio de Justicia a abrir una investigación oficial.
Serán, pues, los vástagos del exdictador y del cuestionado presidente en funciones quienes dirigirán en los próximos años los destinos de una de las democracias más antiguas de Asia, que cerró 2021 con un crecimiento económico del 7,7% y que con Duterte ha dado un giro hacia China que habrá que ver si se consolida. El presidente electo ha pedido que se le juzgue por sus actos y no por su pasado familiar, y tiene razón, pero el panorama que se atisba hoy es desolador.