Entre la paz y el aire acondicionado, me quedo con todo

El dilema que plantea Draghi es pura demagogia. Su disyuntiva, como tantas otras en las democracias europeas, no se basa en defender una idea y un proyecto de vida, sino simples intereses materiales

El primer ministro italiano, Mario Draghi, el día 7 en una conferencia de prensa en Roma.MAURO SCROBOGNA (EFE)

El primer ministro italiano y expresidente del BCE, Mario Draghi, ha planteado una disyuntiva interesante a los líderes europeos. Según él, ha llegado la hora de responder a una sencilla pregunta: ¿qué preferimos, la paz o el aire acondicionado? La respuesta, de sobra conocida, es que preferimos el aire acondicionado. La esencia europea y de nuestras vidas consiste precisamente en elegir confort y privilegio sobre cualquier otra idea o bien co...

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El primer ministro italiano y expresidente del BCE, Mario Draghi, ha planteado una disyuntiva interesante a los líderes europeos. Según él, ha llegado la hora de responder a una sencilla pregunta: ¿qué preferimos, la paz o el aire acondicionado? La respuesta, de sobra conocida, es que preferimos el aire acondicionado. La esencia europea y de nuestras vidas consiste precisamente en elegir confort y privilegio sobre cualquier otra idea o bien común. De hecho, la mayor característica del europeo contemporáneo es la gran brecha que divide sus ideas (ideales) de sus acciones.

Llevamos años teniendo que elegir entre el aire condicionado y la crisis climática, por ejemplo. O entre apostar por el negocio de cercanía o comprar en Amazon aun sabiendo que destruye nuestras amadas librerías, fruterías o ferreterías. También tenemos que elegir entre comer cerdo de macrogranja o pagar más por una carne criada de forma más sostenible, o entre comprar ropa barata y renovarla muchas veces o apostar por un producto más caro, duradero y sostenible. Del mismo modo, vemos la distancia que se abre entre contemplar la invasión de Ucrania con muchísimo dolor o acoger a una familia cuya vida ha sido destruida en nuestras casas. La solución es siempre la misma y parte de una violencia estructural: unos pocos elegidos mantenemos nuestra supremacía a costa de la salud, la vida y el deterioro del resto de seres vivos (ya sean personas, animales o ecosistemas).

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Habría que decirle al señor Draghi que queremos la paz y el aire acondicionado. Y que el dilema que plantea es pura demagogia. De hecho, más que un dilema, es una afirmación, por cuanto viene a asegurar que existe una relación inversa entre la paz y el aire acondicionado. Una trampa peligrosa, pues, al enfrentar el confort con la paz, afirma que ambas cosas son incompatibles. O lo que es lo mismo, que para encender el aire acondicionado necesitamos la guerra. En este sentido, la pregunta es más populista que democrática. Porque, en realidad, el dilema político es otro y no es el que separa el aire acondicionado (o la energía) de la paz. En otros tiempos, no tan lejanos, el régimen fascista de Benito Mussolini distribuyó carteles con un mensaje muy parecido: “Burro o cannoni?” (”¿cañones o mantequilla?”). Entonces el objetivo era explicar a los italianos que la escasez de alimentos básicos se debía a que era necesario apostar por las armas. Los cañones nos traerán la paz, era la tesis, mientras que la mantequilla solo nos hará más gordos. La elección racional parecía evidente. Draghi hubiera mejorado la propuesta de Mussolini con una demagogia más sofisticada: ¿qué prefieren, estar gordos o tener paz? Considero especialmente brillante cambiar la disyuntiva de los cañones por la paz pues, en el fondo, nadie quiere elegir (hoy) cañones. Lo perfecto (y lo más europeo) es elegir la paz mientras otros siguen matando.

Porque, de hecho, la disyuntiva de Draghi (igual que tantas otras en las democracias europeas) no se basa en defender una idea y un proyecto de vida, la paz en este caso, sino en defender intereses materiales. Por eso nos plantea un reto político de primer orden del que cuelgan las vidas de millones de personas, a partir de un análisis basado en el coste de oportunidad. Porque lo que en el fondo sugiere Draghi —y tantos políticos que manejan la misma disyuntiva— es que la guerra está mal porque atenta contra los intereses europeos y esa (y no otra) es la única razón por la que estaríamos dispuestos a pasar calor en verano. Y eso se debe a que nuestra libertad y nuestras casas se ven amenazadas por el deseo imperialista de Putin. Y, si no le paramos hoy, puede que dentro de varios años muchos europeos veamos amenazados nuestros hogares. La cuestión no es, pues, la paz de Ucrania ni las vidas de las personas que han muerto o perdido sus ciudades y sus hogares; el dilema tampoco es la paz. La cuestión es parar a Putin. Porque él, a diferencia de otros dictadores, es un amenaza para Europa, y en este sentido Draghi apela con su dilema a nuestro bienestar material, lo único que puede mover políticamente a un ciudadano europeo. Dice paz, pero lo que de verdad quiere decir es egoísmo. Lo que nos señala es que lo más egoísta (y, por tanto, lo mejor para nosotros) es, en esta ocasión, la paz. Una teoría tan viejuna como el mismísimo Adam Smith: puro mercado aplicado a la paz, la guerra y los derechos humanos. Lo que hoy sabemos es que esta teoría no solo es ineficaz, sino que nos conduce a la extinción. Es un hecho: el propio interés como sustento exclusivo de la democracia ha fracasado.

Una vez más, el verdadero reto de Europa es que la brecha entre los ideales y las acciones se haga más estrecha. Que la política pueda dialogar (y no siempre coincidir) con el interés económico y que asumamos de una vez que un proyecto basado en intereses materiales no conduce necesariamente a una vida mejor ni siquiera a una vida buena.

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