Tres escollos para los opositores a la guerra en Rusia
La política exterior de quienes militan en el activismo contra Putin nunca ha sido una de sus prioridades. Tampoco en el caso de la ofensiva sobre Ucrania
Como ya sabemos, Rusia no cuenta con una oposición en el sentido democrático de la palabra. La unidad exhibida por el Consejo de Seguridad y la Duma del Estado en la decisión de invadir Ucrania lo demuestra sin lugar a dudas. Sin embargo, el estado de ánimo dentro de la sociedad rusa es mucho más diverso y complejo.
Pocos días antes de que Vladímir Putin iniciara la guerra, el general retirado Leo...
Como ya sabemos, Rusia no cuenta con una oposición en el sentido democrático de la palabra. La unidad exhibida por el Consejo de Seguridad y la Duma del Estado en la decisión de invadir Ucrania lo demuestra sin lugar a dudas. Sin embargo, el estado de ánimo dentro de la sociedad rusa es mucho más diverso y complejo.
Pocos días antes de que Vladímir Putin iniciara la guerra, el general retirado Leonid Ivashov, en nombre de una organización de veteranos, hizo público un comunicado en el que se pronunciaba en contra de cualquier medida de preparación para una acción militar. Desde el comienzo de la invasión rusa, varias agrupaciones rusas de izquierdas han puesto en marcha una campaña para detener las hostilidades. Miles de científicos y artistas rusos han firmado una serie de peticiones abiertas para que se retiren las tropas rusas de Ucrania. En numerosas grandes ciudades del país ha habido manifestaciones espontáneas contra la guerra, con la consiguiente detención de miles de participantes.
En efecto, hay una parte de la población —desde luego, una pequeña minoría— que sí está en contra de la guerra, lo cual es natural. Los manifestantes tienen distintas procedencias: algunos tienen un largo historial de oposición a Putin, mientras que otros sencillamente critican el régimen y se consideran ciudadanos independientes y pacifistas. Sin embargo, esa comunidad de resistentes no ha sido capaz, hasta ahora, de elaborar un relato interno sólido, más allá de limitarse a gritar “No a la guerra”. Este estado de cosas se plasma en las tres estrategias propuestas por los rusos más críticos.
Un grupo de opositores a Putin —en particular, los que participan o simpatizan con la red de lucha contra la corrupción de Alexéi Navalni— consideran que no tiene mucho sentido que la oposición a Putin elabore un programa de política exterior en toda regla, porque la raíz fundamental de los problemas de Rusia es interna: la usurpación del poder por parte de una camarilla corrupta en el Kremlin. Por consiguiente, la política en relación con Ucrania nunca ha sido una de las prioridades de este grupo de activistas de la sociedad civil. En general, pasaron por alto la anexión de Crimea, no hablan de la guerra librada por los separatistas prorrusos en el Donbás y dedican sus limitados recursos a un programa más bien restringido, que consiste en denunciar las irregularidades financieras de la élite gobernante y avergonzar al círculo íntimo de Putin.
Otro grupo de “rusos críticos” intentó —quizás sinceramente— disminuir la amenaza de guerra, con el argumento de que las advertencias de Putin eran meros faroles y sus amenazas contra Occidente estaban pensadas para los medios de comunicación. Se burlaban de las voces alarmistas de Occidente que advertían de que había muchas probabilidades de un ataque militar a gran escala y afirmaban que el Kremlin no tenía recursos para declarar la guerra a Ucrania ni intención de hacerlo. Como ya sabemos, esta lógica de racionalización de la política militar rusa ha demostrado ser errónea y ha dañado la reputación de sus promotores.
El tercer grupo de voces alternativas está seguramente de acuerdo en que la guerra es inútil e irracional y en que tiene consecuencias letales y aterradoras. Pero no llegan hasta el final y, en lugar de mostrar empatía y preocupación, de expresar abiertamente su solidaridad con las víctimas ucranias de la agresión, se detienen a pensar en sus propios intereses, que podrían verse gravemente perjudicados por las nuevas y voluminosas sanciones económicas, financieras y políticas que ha aprobado Occidente. Muchos de esos rusos son cosmopolitas y, en cierto sentido, intelectuales transnacionales, pero si se han distanciado del régimen de Putin no es verdaderamente por razones normativas, sino por pragmatismo. No se sienten responsables de la guerra y no quieren sufrir ninguna pérdida material. En otras palabras, en su mapa mental y cognitivo, la seguridad de sus cuentas bancarias en el extranjero y la posibilidad de viajar a otros países son más importantes que la solidaridad con el pueblo ucranio en el calvario sin precedentes que están sufriendo.
Estos tres grupos son ilustrativos de los principales problemas que tiene el sentimiento antibelicista en Rusia. En primer lugar, la oposición a Putin no posee una visión coherente y sólida del papel internacional de Rusia, ni siquiera en los temas que son en estos instantes la máxima prioridad: la doctrina rusa sobre el mundo y las relaciones de Moscú con sus vecinos. En segundo lugar, muchos creadores de opinión independientes de Rusia subestimaron drásticamente la capacidad agresiva del régimen de Putin, y eso restó fuerza a las posiciones contra la guerra antes de que empezara la invasión. En tercero, muchos rusos progresistas se limitan a reproducir los eslóganes pacifistas habituales y culpar a Occidente por ejercer unas represalias que pueden afectar a su bienestar y su carrera profesional. El elemento que tienen los tres grupos en común es lo que en los textos académicos se denomina despolitización, es decir, diferentes formas de distanciarse de la cruel realidad de la política, un lujo que ninguno de los ucranios puede permitirse.