Las aguafiestas del entrenador del Rayo
Frente a quienes banalizan y rebajan a broma lo de querer “cargarse a una tía entre todos”, el peor pecado es callarse
Como si alguien hubiese programado un riego a baja presión en nuestros muros, un tuit de 31 palabras gotea, incansable, desde hace días. No está coordinado por ningún ejército de bots. Se envía desde múltiples algoritmos y frentes. Lo tuitean, como si todas se hubiesen leído la mente, bibliotecarias, madres de familia, ajedrecistas, ...
Como si alguien hubiese programado un riego a baja presión en nuestros muros, un tuit de 31 palabras gotea, incansable, desde hace días. No está coordinado por ningún ejército de bots. Se envía desde múltiples algoritmos y frentes. Lo tuitean, como si todas se hubiesen leído la mente, bibliotecarias, madres de familia, ajedrecistas, actrices famosas o periodistas históricas: “Vamos a repetirlo: el Rayo Vallecano ha contratado a un entrenador que dice que hay que violar a una mujer para fomentar el espíritu de equipo. Y no le han cesado”.
El pasado 25 de noviembre, día contra la violencia de género, se hizo público un audio de WhatsApp que Carlos Santiso, nuevo entrenador del Rayo femenino, envió al grupo que compartía con su cuerpo técnico cuando entrenaba infantiles en 2018: “Nos falta, sigo diciéndolo, hacer una pues como los de la Arandina tío, nos falta ir y que cojamos a una, pero que sea mayor de edad para no meternos en jaris, y cargárnosla ahí todos juntos. Eso es lo que une realmente a un staff y a un equipo. Mira a los del Arandina, iban directos al ascenso. Venga chavales, buen domingo”. Los de la Arandina fueron tres hombres condenados inicialmente a 38 años de prisión por violar en grupo a una menor de 15 años —uno fue absuelto y dos cumplen ahora penas de cuatro y tres años—, pero la moraleja del entrenador es que “cargarse” a una mujer en manada siempre une y lleva al ascenso.
Santiso solo ha pedido perdón por lo que considera una “broma machista y de mal gusto”. Sus disculpas han sonado como otras que analizó Leila Guerriero, esas que “se piden, pero en verdad se imponen”, porque dan impunidad a quien las dice, pero invisibilizan a quien afectan. De poco ha servido que haya dimitido el preparador físico del Rayo Femenino “por principios y por valores”, y que parte de la afición haya empapelado las vallas de su ciudad deportiva con lemas como “No queremos perdones Santiso. Te queremos fuera”. Acciones que se sienten como notas al pie, puras anécdotas, cuando en el campo todo sigue su curso y el presidente del club, Raúl Martín Presa, mantiene el statu quo alegando que en su equipo se “fichan profesionales, no personas”. Presa, que invita a miembros de Vox al palco del estadio, debe de ser de la escuela que predica con separar siempre al artista de la obra. Una frontera clarísima mientras no se vaya a tocar a las mujeres que orbiten sobre su existencia, las únicas que deben importarle, porque el resto deben ser todas golfas en su cabeza.
“La cultura de la violación es aquella en la que siempre se da por hecho el ‘cuándo’ pero no el ‘si’ una mujer sufrirá cualquier tipo de violencia sexual”, escribió Roxane Gay en No es para tanto, la antología de ensayos que coordinó hace unos años y en la que una treintena de autoras reflexionaban sobre cómo las mujeres hemos normalizado la falsa certeza de que alguien nos hará daño en algún momento de nuestra vida (una buena parte de las agredidas reconoce que se dice a sí misma en el momento de ser violada: “Ya está, aquí es donde me tenía que pasar”). Una cultura que banaliza y rebaja a broma que un superior fantasee abiertamente con su equipo con la posibilidad de cargarse “a una entre todos” sin que haya consecuencias.
Sarah Ahmed, la académica feminista que dimitió de su puesto como profesora en la Universidad de Goldsmiths en protesta por la falta de atención al problema del acoso sexual en la institución, se inventó el concepto de la “feminista aguafiestas” al rememorar cómo hasta su padre le decía que le había “arruinado la cena” cada vez que ella le recriminaba sus actitudes sexistas. Para eso necesitamos a las aguafiestas de Twitter, para recordar gota a gota, tuit a tuit, que, ante la desfachatez de quienes sostienen la cultura de la violación, el peor pecado es callarse.