La irresponsabilidad de Djokovic
El veto al número uno del tenis en Australia refuerza la resistencia contra los movimientos antivacunas
Los movimientos antivacunas se alimentan de múltiples fuentes: bulos, ignorancia, egoísmo o cálculo interesado, al margen de algunas personas que simplemente han sentido miedo ante la rapidez de fabricación de la vacuna. A veces ese movimiento también se nutre de figuras públicas de primer nivel incapaces de comprender la influencia que cualquiera de sus actos y decisiones tiene en la esfera global. El caso del serbio Novak Djokovic es un b...
Los movimientos antivacunas se alimentan de múltiples fuentes: bulos, ignorancia, egoísmo o cálculo interesado, al margen de algunas personas que simplemente han sentido miedo ante la rapidez de fabricación de la vacuna. A veces ese movimiento también se nutre de figuras públicas de primer nivel incapaces de comprender la influencia que cualquiera de sus actos y decisiones tiene en la esfera global. El caso del serbio Novak Djokovic es un buen ejemplo de esa inconsciencia temeraria: viajó a Melbourne dispuesto a culminar su leyenda en el Open de Australia y se volvió a Belgrado deportado a la fuerza, en medio de un bochorno que ha puesto en pausa su carrera. A pesar de tener una exención por haber padecido la enfermedad, Djokovic fue detenido en el aeropuerto australiano e internado por no haber recibido la vacuna contra la covid-19 e incumplir la estricta normativa del país sobre vacunación. Un juez revocó la decisión y lo dejó en libertad. El Gobierno acordó finalmente la deportación por razones de seguridad pública y para dar ejemplo de que nadie está por encima de la ley. Un tribunal ratificó la decisión el domingo. Entre medias, trascendió que Djokovic había acudido a compromisos públicos sin mascarilla durante su enfermedad y había mentido (él lo achacó a un error de su equipo) en el formulario de entrada a Australia.
Djokovic, de 34 años, nunca ha hecho proselitismo negacionista, pero su rechazo a vacunarse ha sido utilizado por la subcultura antivacunas y, dentro de ella, por grupos de la extrema derecha. La decisión de Australia ha sido valiente y ponderada, más allá de los tecnicismos administrativos fronterizos. El tenista intentó utilizar su fama y su enorme predicamento como principal atractivo del Open de Australia para desafiar las leyes y las recomendaciones de la ciencia. No puede quedar duda de que el único responsable de este lamentable episodio es el propio Djokovic. Así lo entienden la inmensa mayoría de aficionados, los rivales, el circuito tenístico y el Gobierno de Australia. La estrella serbia ha ganado en Melbourne nueve veces y este año podía lograr convertirse en el tenista más laureado de la historia con 21 victorias en torneos grandes.
El precedente amenaza con extenderse al Reino Unido, Estados Unidos o Francia y complicar seriamente la temporada de Djokovic. Si Australia hubiera hecho una excepción, habría servido de incentivo para que otros torneos buscaran una excusa para contar con la estrella, y el precedente habría sido utilizado por antivacunas con poder en otros ámbitos. Los ciudadanos que han soportado graves restricciones de movilidad y han colaborado en la vacunación masiva para frenar el virus no se merecían ninguna forma de favoritismo amparado en el estrellato deportivo (y el negocio del tenis).