Una extraña celebración

Los líderes de la derecha prefieren misteriosamente dedicar el aniversario del fin de ETA a dar credibilidad a Otegi

Pablo Casado, en el pleno del Congreso de los Diputados.

Déjenme que les cuente una pequeña historia que no está en Twitter y luego verán por qué. El autobús de la línea 28 de San Sebastián cubre el trayecto entre el Boulevard —en pleno centro de la ciudad, junto a la Parte Vieja— y el Hospital Donostia. Un día de hará 20 años me subí a ese autobús y me pareció que el conductor me sonaba de algo. Me quedé pensando hasta que la actitud de uno de los pasajeros —que no perdía detalle de quién entraba y quién salía del vehículo— me hizo caer en la cuenta. El conductor era concejal de un pueblo de los alrededores y el pasajero, su escolta —seguramente ha...

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Déjenme que les cuente una pequeña historia que no está en Twitter y luego verán por qué. El autobús de la línea 28 de San Sebastián cubre el trayecto entre el Boulevard —en pleno centro de la ciudad, junto a la Parte Vieja— y el Hospital Donostia. Un día de hará 20 años me subí a ese autobús y me pareció que el conductor me sonaba de algo. Me quedé pensando hasta que la actitud de uno de los pasajeros —que no perdía detalle de quién entraba y quién salía del vehículo— me hizo caer en la cuenta. El conductor era concejal de un pueblo de los alrededores y el pasajero, su escolta —seguramente habría otro sentado atrás, pero no lo identifiqué—. Los seguí viendo durante un tiempo hasta que me fui de la ciudad. El concejal, de uniforme, conduciendo el autobús de línea, y más atrás, siempre de pie, discreto, atento, el escolta.

No hablé con ellos. No quise romper el anonimato que era parte de su seguridad, pero hace 10 años, cuando me enteré del fin de ETA, sentí una enorme tristeza por los que se quedaron en el camino —cómo olvidar a Alberto y a Ascen, asesinados en una calle de Sevilla, de noche, a unos metros de donde dormían sus tres hijos pequeños—, pero también un inmenso alivio por todos aquellos que dejarían desde ese momento de estar en peligro de muerte, obligados a vivir siempre protegidos por guardaespaldas que también se jugaban la vida. Y que la perdían a veces junto a ellos, como el ertzaina Jorge Díez, que murió mientras protegía al dirigente socialista Fernando Buesa.

También era socialista, por cierto, el concejal que iba escoltado mientras conducía el autobús urbano, y lo era Alfredo Pérez Rubalcaba, a quien estaba entrevistando en su despacho de ministro del Interior cuando recibió la noticia de que Isaías Carrasco, un exconcejal socialista de Mondragón, acababa de ser tiroteado por un pistolero de ETA y agonizaba en la puerta de su casa. Eran socialistas, pero los mataban igual que a los concejales del PP, y en aquellos tiempos tan difíciles unos y otros se confortaban entre sí porque sabían que la cosa no iba de derechas ni de izquierdas, sino de demócratas y de asesinos. Nadie desde el PSOE reprochó al ministro Jaime Mayor Oreja ni al presidente José María Aznar que no se plegaran a las exigencias de ETA para dejar libre al concejal del PP Miguel Ángel Blanco. Todo el mundo sabía —y más que nadie la banda terrorista— que aquello no era un secuestro, sino un asesinato a cámara lenta, y todo el país esperó el desenlace con el corazón en un puño.

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Y entonces, ¿qué está pasando ahora? Uno se asoma a Twitter y lee, amplificadas por la cobardía del anonimato, las barbaridades que Pablo Casado y Santiago Abascal le achacan a Pedro Sánchez a cuenta de unas declaraciones de Arnaldo Otegi en las que el veterano líder de la vieja Herri Batasuna —y de sus denominaciones sucesivas— asegura que ya está todo arreglado, que va a apoyar los Presupuestos del Gobierno a cambio de la libertad de los presos de ETA. La fanfarronada de Otegi —pronunciada delante de sus seguidores— no tiene ni pies ni cabeza, pero Casado y Abascal no dejan pasar la oportunidad de concederle credibilidad para atacar al Gobierno. Antes del 20 de octubre del 2011, los demócratas —del PP o del PSOE— soñaban con el día en que tres pistoleros con sus ridículas capuchas aparecieran en televisión anunciando que ETA se había terminado. Ese día llegó, pero desde hace 10 años para acá, sin un atentado que lamentar ni un indicio de vuelta a las andadas, los líderes de la derecha prefieren misteriosamente dedicar un día tan señalado —aquel en el que sus concejales dejaron de estar en la diana de ETA— a dar marchamo de autoridad a las palabras de Otegi.

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