Las trampas de Johnson

El cuestionamiento del Protocolo de Irlanda del Norte delata una maniobra política en clave interna del Gobierno británico

Maros Sefcovic, vicepresidente de la Comisión Europea y responsable de la negociación del Brexit, el miércoles en Bruselas.Virginia Mayo (AP)

El clima de las relaciones entre la UE y el Reino Unido se ha enrarecido de golpe: la amenaza de suspender unilateralmente el Protocolo de Irlanda del Norte por parte de Londres ha sido contestada por Bruselas con el anuncio de severas represalias comerciales. El Protocolo para Irlanda del Norte es hoy, sin embargo, el eje de una discusión que da por no cerrado un acuerdo que ya lo estaba: la reapertura de la discusión ha sido impulsada ...

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El clima de las relaciones entre la UE y el Reino Unido se ha enrarecido de golpe: la amenaza de suspender unilateralmente el Protocolo de Irlanda del Norte por parte de Londres ha sido contestada por Bruselas con el anuncio de severas represalias comerciales. El Protocolo para Irlanda del Norte es hoy, sin embargo, el eje de una discusión que da por no cerrado un acuerdo que ya lo estaba: la reapertura de la discusión ha sido impulsada por Boris Johnson, quizá como instrumento preventivo en términos políticos y electoralistas ante las dificultades graves de suministro que el Reino Unido ha padecido en las últimas semanas. Vuelve al primer plano el nacionalismo británico contra acuerdos laboriosos y trabajadísimos en largas negociaciones con la UE. La suspensión transitoria del Brexit que hubo de decidir Boris Johnson por razones prácticas ante los problemas de distribución hace unas semanas ha dado paso ahora a la insumisión ante un acuerdo ya ratificado con la UE.

A ese clima crispado ha contribuido de forma decisiva Dominic Cummings, quien fuera fundamental ideólogo del Brexit y uno de los responsables de la llegada de Boris Johnson al poder. Sus explosivas declaraciones llegaron inmediatamente después del anuncio de Johnson de revisar el Protocolo de Irlanda del Norte, al asegurar que en la fase final de las negociaciones con la UE el primer ministro británico negoció con la plena conciencia de incumplir los acuerdos en el futuro. El Gobierno británico asegura ahora que “hay una brecha sustancial” entre la posición británica y la de la UE, como si se hubiese agotado el combustible político que el Brexit suministra a la causa conservadora británica y necesitase una nueva dosis de tensión para levantar los ánimos deprimidos ante el encadenamiento de malas noticias. La cita prevista para el lunes en Bruselas entre el vicepresidente de la Comisión Europea, Maros Sefcovic, y el ministro para el Brexit, David Frost, parece el terreno propicio para que el Reino Unido vuelva a las andadas y resucite la negociación de agravios de soberanía.

En ese contexto, resulta perfectamente explicable una demanda tan exótica como la exigencia de que el Tribunal de Justicia de la UE no tenga atribuciones para dirimir causas entre la UE e Irlanda del Norte, que pertenece al mercado común europeo y se rige por sus leyes. El retracto que exhibe ahora el Reino Unido ante un acuerdo adoptado en 2019 dejaría en papel mojado aquella negociación, a pesar de que la reacción de la UE haya sido razonablemente conciliadora al proponer aligerar un 80% los trámites aduaneros. El objetivo de la UE es salvar el Protocolo para Irlanda del Norte, pero no es fácil saber si ese es el objetivo también de Boris Johnson.

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