Detector de intensos

Twitter ensaya un mecanismo para advertir al usuario de que está a punto de entrar en una “conversación acalorada”

Tres personas consultan su teléfono móvil ante una pantalla de Twitter.Kacper Pempel (Reuters)

“¿Alguna vez quisiste conocer el ambiente de una conversación antes de unirte?”, pregunta Twitter. La red social es consciente de un problema ampliamente abordado en esta sección: los niveles de ira que acumula. Y está probando cosas para solucionarlo. La cuenta de soporte de la compañía ha comunicado esta semana que enviará a los dispositivos Android e IOS un mensaje de aviso cuando considere que la conversación a la que el tuitero está a punto de unirse es “acalorada o intensa”. Tienen trabajo.

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“¿Alguna vez quisiste conocer el ambiente de una conversación antes de unirte?”, pregunta Twitter. La red social es consciente de un problema ampliamente abordado en esta sección: los niveles de ira que acumula. Y está probando cosas para solucionarlo. La cuenta de soporte de la compañía ha comunicado esta semana que enviará a los dispositivos Android e IOS un mensaje de aviso cuando considere que la conversación a la que el tuitero está a punto de unirse es “acalorada o intensa”. Tienen trabajo.

No será fácil y ya ponen la venda antes de la herida: “Este es un trabajo en progreso a medida que aprendemos cómo fomentar mejor una conversación saludable”.

La intención es buena. La misión, noble. Pero ese mecanismo de advertencia deja, de momento, más preguntas que respuestas. La primera sería la definición de “intenso” o “acalorado” y quién la hace. Ya sabemos que las herramientas que filtran comentarios en las publicaciones no son infalibles. Una máquina puede detectar la lista de insultos o palabrotas que hayamos introducido previamente, pero siempre habrá quien encuentre la fórmula de humillar o difamar a alguien sin necesidad de utilizarlas. Por ejemplo: “Se arrodilla bastante. Tanto, que el betún queda por encima”.

También habría que preguntarse si Twitter es “intenso” por desconocimiento o por voluntad; qué es lo que provoca esas conversaciones “acaloradas”: tuiteros deliberadamente provocadores que salen calentitos de casa, o el transcurso de una charla que empieza bien y, en algún momento, se tuerce. Dependiendo de qué fue antes, el tuitero o el tema, el huevo o la gallina, la medida que ensaya Twitter puede ser más o menos eficaz.


Fantaseo un rato con la idea de un mecanismo similar en la vida real. Al conocer a alguien aparecería en mi móvil un mensaje del tipo: “Ojo, no te fíes, engañó a todas sus ex; vive con su madre; es del Sporting..."

Si supiéramos que las más de las veces son un grupo de cuentas guerreras las que provocan el mal rollo en la red social y no tanto el asunto de conversación en sí, quizá sería más efectivo que la advertencia de Twitter fuera sobre esos usuarios concretos. Por poner un ejemplo, junto a la cuenta de Herman Tertsch (“A Sánchez solo le falta ya meter en el presupuesto el dinero para putas y coca. Pa tener a sus votantes contentos”) podría saltar una alarma, un ruido de sirena, una luz roja parpadeante... para advertir al despistado de que las palabras que va a leer a continuación pueden herir su sensibilidad. Fantaseo un rato con la idea de que en la vida real hubiera algo parecido: al conocer a alguien aparecería en mi móvil un mensaje de advertencia con información clave para confirmar que si sigo adelante es bajo mi responsabilidad. Algo del tipo: “Ojo, no te fíes, engañó a todas sus ex; vive con su madre; colecciona muñecas Barbie; es del Sporting...”. Y enseguida me doy cuenta de que no es una opción. Porque nunca me fiaría del criterio de una máquina y porque, además, las personas pueden cambiar.

Seguramente, los señalados por Twitter como “acalorados” preguntarían por qué ellos sí y otros no, hablarían de censura o discriminación, lo presentarían como un ataque a la libertad de expresión. Y tendrían razón. Además, a estas alturas, siendo todos mayorcitos, ya nos conocemos y ya sabemos de qué pie cojea cada cual. Cuando estalla la bronca no es tanto por desconocimiento como por ganas de pelea y porque el anonimato —muchas de esas cuentas se esconden detrás de un seudónimo— envalentona al personal. Más útil parece que la red social permita que veamos solo los mensajes de las personas a las que seguimos para ahorrarnos los insultos de terceros.

Mientras encuentran una solución mejor, me quedo con la sabiduría popular del refranero y las abuelas de España: “No ofende quien quiere sino quien puede” y “a palabras necias, oídos sordos”.

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