Asombro sin peligro
La erupción del volcán de La Palma es aterradora y también fascinante
Seguir la erupción del volcán de la isla canaria de La Palma en Twitter era una sensación extraña. Junto a los vídeos de la erupción y del avance de la lava, había otros que provocaban la carcajada incluso teniendo en cuenta el evidente peligro.
Una de las escenas más compartidas mostraba el inicio de la erupción, pero de fondo se oía una voz que ponía un buen ejemplo de la diferencia entre lo importante (lo peligr...
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Seguir la erupción del volcán de la isla canaria de La Palma en Twitter era una sensación extraña. Junto a los vídeos de la erupción y del avance de la lava, había otros que provocaban la carcajada incluso teniendo en cuenta el evidente peligro.
Una de las escenas más compartidas mostraba el inicio de la erupción, pero de fondo se oía una voz que ponía un buen ejemplo de la diferencia entre lo importante (lo peligroso, incluso) y lo urgente: “Hay tiempo de comer —decía este hombre—, hay tiempo de comer sin problema”. No era el único que optaba por una actitud similar: en otro vídeo aparecía una señora tomando el sol en una piscina, con el volcán escupiendo humo de fondo, y en un tercero de la televisión pública canaria se colaba la voz de una reportera que avisaba de que iba al baño. Lo dicho: hay cosas que no se pueden dejar para luego.
Pero a estos momentos simpáticos (y sorprendentes) les siguieron las fotografías y los vídeos que mostraban las escenas de “luz, ruido y cenizas” posteriores, como las describía una de las crónicas publicadas en EL PAÍS. Un espectáculo aterrador, que había obligado a evacuar a miles de personas y que amenazaba con destrozar viviendas en algunas localidades de la isla. Y que también nos llevaba a recordar a ese hombre que estaba terminando de comer y a desear que en ese momento estuviera cenando, también sin problema, pero un poco más lejos del volcán que unas horas antes.
Son unas imágenes que no dejan de ser fascinantes e hipnóticas, a pesar del peligro y de las consecuencias. Aquí merece la pena apuntar otra distinción, algo más seria: la de lo bello y lo sublime. Puede parecer frívolo hablar del espectáculo de la erupción de un volcán, pero la filosofía nos ayuda a recordar que es completamente natural quedarse pegado al móvil con la boca abierta mientras vemos cómo la lava se desliza montaña abajo.
La distinción entre lo bello y lo sublime ocupó libros y artículos de filósofos, sobre todo en los siglos XVIII y XIX. Por ejemplo, Kant escribía que lo bello, como “la contemplación de campiñas floridas”, provoca “una sensación agradable, pero alegre y sonriente”. En cambio, lo sublime, como “la descripción de una tempestad furiosa o la pintura del infierno por Milton, producen agrado, pero unido a terror”. En la Crítica del juicio añadía que lo sublime reduce “a una insignificante pequeñez nuestro poder de resistencia”. Entre los ejemplos de lo sublime mencionaba “el inmenso océano agitado por la tormenta” y los “volcanes desencadenando todo su poder de destrucción”.
Para poder disfrutar de lo sublime necesitamos hallarnos seguros. Solo entonces podemos reunir el valor para “medir nuestras fuerzas con la omnipotencia aparente de la naturaleza”. Y preguntarnos, por ejemplo, si terminaríamos de comer o seguiríamos tomando el sol en caso de estar en La Palma.
Twitter y el resto de redes sociales permiten que nos detengamos en ese asombro sin peligro, “a ciertas distancias y con ciertas modificaciones”, como escribía el filósofo irlandés Edmund Burke. Estamos con el móvil en la mano, a miles de kilómetros del volcán, siguiendo todo lo que se publica y se comparte en redes. Aunque pueda parecer frívolo, este asombro es compatible con la preocupación, el miedo y la empatía. Y aunque pueda parecer extraño, en este asombro caben tanto la experiencia estética trascendental de Kant ante el poder de la naturaleza, como el vídeo del señor que quería acabar de comer tranquilamente antes de ponerse a salvo.