Fatalidad de los talibanes

La incertidumbre sobre el futuro no permite excluir vías de contacto con el nuevo Gobierno en Afganistán

Talibanes en Kabul, el pasado 31 de agosto.HOSHANG HASHIMI (AFP)

Con la salida de Kabul de los últimos soldados y diplomáticos de la OTAN, se abre el periodo que redefinirá la relación de los países aliados con un Gobierno talibán cuya composición y comportamiento son ahora mismo imprevisibles. A pesar de las contradicciones, tanto Estados Unidos como Europa necesitan afrontar...

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Con la salida de Kabul de los últimos soldados y diplomáticos de la OTAN, se abre el periodo que redefinirá la relación de los países aliados con un Gobierno talibán cuya composición y comportamiento son ahora mismo imprevisibles. A pesar de las contradicciones, tanto Estados Unidos como Europa necesitan afrontar la cuestión con un enfoque pragmático centrado en dos objetivos. Primero, que Afganistán no vuelva a convertirse en un refugio para el terrorismo yihadista internacional. Y segundo, que se refuerce un corredor humanitario capaz de gestionar las repatriaciones de miles de personas que han quedado atrás.

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Rusia y China ya han tomado la iniciativa y Josep Borrell, alto representante de Política Exterior y Seguridad de la UE, expuso el jueves a los socios la necesidad de cooperar con los talibanes. La UE se ha autoimpuesto, sin embargo, la línea roja de no reconocer oficialmente al nuevo Gobierno. Borrell distinguió entre el reconocimiento de facto y el político. El primero ya tuvo un primer examen cuando los talibanes se encargaron de la seguridad del aeropuerto y colaboraron con la OTAN durante la retirada. La UE condiciona un eventual reconocimiento pleno a que no se produzca una regresión en los derechos humanos (en particular de las mujeres), que hasta ahora se da como inevitable. Una actitud similar se aprecia en Estados Unidos, obligado a aceptar que necesita a los talibanes para seguir vigilando la amenaza terrorista. Esos son los ejes de la relación, pero la incertidumbre actual hace improbable cualquier avance más fiable.

El país de hoy es muy diferente al que los talibanes encontraron en 1996 y, aunque no hayan cambiado sus ambiciones islamistas, se intuye que no les será fácil imponer a corto plazo el temido retroceso en términos de libertades y derechos. Necesitarán dinero y cierta operatividad institucional para legitimarse, pero, a la vez, verán en las calles a algunas mujeres valientes, en imágenes emocionantes como las de ayer mismo. Los talibanes necesitan el reconocimiento: la ayuda internacional supone más del 42% de la economía de Afganistán, y tras la toma de Kabul, EE UU y el FMI bloquearon su acceso.

Cuando el miércoles le preguntaron al jefe del Estado Mayor de EE UU, el general Mark Milley, por la colaboración con los talibanes en la evacuación, contestó: “En la guerra, para reducir riesgos haces lo que tienes que hacer, no necesariamente lo que quieres”. Se abre ahora un periodo en el que hay que preguntarse si esa misma lógica debe aplicarse a las relaciones diplomáticas con los talibanes. La guerra ha terminado para Milley y sus tropas, pero no para los afganos.

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