No sólo es irracionalidad, es homofobia

¿El discurso alentado por la ultraderecha aumenta la probabilidad de que se produzcan crímenes como el de Samuel Luiz?

Manifestación celebrada este lunes en la Puerta del Sol, en Madrid, para condenar el asesinato de Samuel Luiz en A Coruña.Javier López (EFE)

Una de esas cosas que nos hacen sentirnos orgullosos y orgullosas del país en que vivimos es que fuimos de los primeros en legalizar el matrimonio entre personas del mismo sexo, entendiendo que no es sólo la unión civil en sí lo que se afirma con el beneplácito de la ley, sino que dicho reconocimiento es el símbolo de una sociedad integradora, tolerante y defensora de que cada cual ame libremente y sea como quiera. Una sociedad que no escatima banderas arcoíris cada final de junio, salvo cuando la ultradere...

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Una de esas cosas que nos hacen sentirnos orgullosos y orgullosas del país en que vivimos es que fuimos de los primeros en legalizar el matrimonio entre personas del mismo sexo, entendiendo que no es sólo la unión civil en sí lo que se afirma con el beneplácito de la ley, sino que dicho reconocimiento es el símbolo de una sociedad integradora, tolerante y defensora de que cada cual ame libremente y sea como quiera. Una sociedad que no escatima banderas arcoíris cada final de junio, salvo cuando la ultraderecha rompe el consenso conseguido.

Desde que conocimos el brutal asesinato del joven Samuel, con indicios claramente homófobos, una pregunta flota en el ambiente: ¿El discurso alentado por la ultraderecha aumenta la probabilidad de que se produzcan crímenes como este? En efecto, en los últimos años han ido apareciendo estudios que relacionan la emergencia de formaciones de ultraderecha con el incremento de delitos de odio, de forma especial allá donde gobiernan.

No obstante, más allá de la evidencia empírica, en la que hay que seguir profundizando, estamos comprobando cómo los mensajes excluyentes y autoritarios influyen ya en la creciente resistencia a llamar a las cosas por su nombre y, en tal medida, a rechazar los comportamientos antisociales. El lenguaje sigue siendo un terreno de disputa política.

Con toda la prudencia que se quiera aplicar a la caracterización de un crimen que aún no ha sido ni esclarecido ni juzgado, existen indicios bastante precisos que permiten plantear, aunque sea como hipótesis, que se trata de un asesinato homófobo. Es más, la sola posibilidad de que así sea exigiría el rechazo más absoluto, máxime en un momento en que las denuncias por este tipo de agresiones no dejan de crecer.

Sin embargo, sorprende comprobar cómo esa palabra se esquiva por parte de algunos líderes conservadores. Recurriendo a subterfugios, como calificar el crimen de “irracional” —¿cuál no lo es?—, se evita siquiera contemplar la posibilidad de que se trate de homofobia. El último ejemplo lo encontramos en las palabras de Feijóo hace unos días en la SER, pero no ha sido el único caso, ni mucho menos.

No hace tanto que los asesinatos machistas eran calificados como crímenes pasionales, y quedaban encerrados en la penumbra de la intimidad, otorgándoles así un velo de misterio y sospecha —siempre contra ellas— que los convertía en un férreo secreto en el que nadie debía penetrar. Hoy pasan de mil las mujeres asesinadas por la violencia machista desde que existen datos. ¿Cuántos cadáveres de personas LGTBI harán falta para que se hable al fin de crímenes homófobos, aun con el debido “presunto” por delante?

La reacción de la sociedad civil, ese espacio en el que se fraguan los consensos, es esperanzadora y colma de legitimidad tanto la firmeza de las políticas públicas que reconocen y garantizan derechos, como la rotundidad que se espera de la justicia contra este tipo de delitos.

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