Columna

Por Tutatis

Boris Johnson exhibe el incremento del arsenal nuclear, símbolo de estatus y de soberanía, en la nueva estrategia internacional británica

El primer ministro británico, Boris Johnson, durante una intervención en el Parlamento.JESSICA TAYLOR (AFP)

Habría sido una sorpresa que un Gobierno obsesionado con la soberanía como el de Boris Johnson dejara pasar la oportunidad de la revisión de la estrategia británica de defensa y seguridad sin recuperar los reflejos imperiales que se esconden bajo su proyecto de un Reino Unido Global. Así ha sido, tal como se manifiesta en tres elementos de su añorante visión internacional tras el Brexit.

El primero es su despechado desprecio hacia Bruselas. Johnson no tan solo ha dado el portazo, sino...

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Habría sido una sorpresa que un Gobierno obsesionado con la soberanía como el de Boris Johnson dejara pasar la oportunidad de la revisión de la estrategia británica de defensa y seguridad sin recuperar los reflejos imperiales que se esconden bajo su proyecto de un Reino Unido Global. Así ha sido, tal como se manifiesta en tres elementos de su añorante visión internacional tras el Brexit.

El primero es su despechado desprecio hacia Bruselas. Johnson no tan solo ha dado el portazo, sino que pretende prescindir en el futuro del club europeo como tal. La UE no aparece ni siquiera como un actor político en el mundo concebido por Londres. Europa es el nombre de un territorio vecino muy adecuado para el comercio, donde habitan unas estimables naciones con las que relacionarse bilateralmente. Muy acorde con las agrias disputas sobre el protocolo irlandés del Brexit, que el Gobierno británico quiere cambiar después de haberlo firmado. O con el trato insolidario que ha dispensado a los torpes esfuerzos europeos para una vacunación rápida y coordinada contra la covid. El segundo se refiere al papel británico en la nueva geopolítica. Johnson quiere ser decisivo en el nuevo pivote global, situado en la región India-Pacífico. El Imperio Británico culminó su decadencia y retirada del mundo, desplazado por EE UU, con el desastre de la fracasada invasión de Suez en 1956, y Johnson quiere deshacer ahora el camino de Suez y ser de nuevo alguien sobre las olas hasta el mar de la China Meridional. Y no tan solo en cuanto a finanzas, comercio, ciencia y tecnología.

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Aquí es donde interviene la tercera pieza, el arma nuclear, símbolo de estatus e instrumento soberano por excelencia gracias a la disuasión. Si sus antecesores desarmaban, Johnson rearma, al menos retóricamente. Amplía el arsenal, que pasa de 180 cabezas nucleares a 260 como límite, aunque sin variar ni incrementar las lanzaderas. Y en la letra pequeña aparece la relación bilateral con Francia, país con el que comparte buena parte de la tecnología del arma soberana, en concreto la instalación de pruebas en Borgoña donde se simulan las detonaciones tras la prohibición internacional de todo tipo de ensayos.

No habría disuasión británica sin los acuerdos de Lancaster House, firmados en 2010 por Cameron y Sarkozy, en los que se estableció el Programa Tutatis de cooperación nuclear. Es el nombre del dios galo de la guerra, como saben los lectores de Astérix, protector ahora de la soberanía compartida por las dos potencias nucleares europeas.

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