La estrategia sobre Rusia que Europa necesita

La UE no debería apresurarse a renovar los lazos con el régimen de Putin ni forzar una crisis diplomática. De lo que se trata es de privar a un líder en crisis del principal elemento que necesita: la atención política

NICOLÁS AZNÁREZ

A décadas del fin de la Guerra Fría, Rusia sigue siendo el enemigo perfecto, con una inigualable capacidad de agitar a la clase política europea. Pero la intensidad de los debates y las emociones europeos en torno a Rusia oculta una creciente unidad que debe sustentar un nuevo enfoque hacia el régimen del presidente Vladímir Putin.

A mediados de la primera década de este milenio, los europeos estaban profundamente divididos acerca de sus relaciones con Rusia. Alemania, liderada en ese entonces por el excanciller Gerhard Schröder, quería tender lazos con ella, mientras los europeos del C...

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A décadas del fin de la Guerra Fría, Rusia sigue siendo el enemigo perfecto, con una inigualable capacidad de agitar a la clase política europea. Pero la intensidad de los debates y las emociones europeos en torno a Rusia oculta una creciente unidad que debe sustentar un nuevo enfoque hacia el régimen del presidente Vladímir Putin.

A mediados de la primera década de este milenio, los europeos estaban profundamente divididos acerca de sus relaciones con Rusia. Alemania, liderada en ese entonces por el excanciller Gerhard Schröder, quería tender lazos con ella, mientras los europeos del Centro y del Este buscaban contenerla. En la superficie, los debates de hoy acerca de Nord Stream 2, el polémico gasoducto que llevará energía rusa directamente a Alemania, y la persecución del Kremlin al líder opositor Alexéi Navalni parecen reforzar esa vieja brecha. Pero la realidad es bien diferente.

Europa ya no se hace ilusiones de que Rusia esté encaminada a convertirse en una democracia liberal que se pueda acelerar a través de compromisos internacionales. También circula la idea de que los Estados en la línea de fuego del Kremlin se encuentran en problemas solo debido a su propia conducta provocativa.

La mayoría de los europeos están unidos en torno a la necesidad de impedir que Rusia siga aventurándose fuera de sus fronteras. Han mantenido ininterrumpidamente tres programas de duras sanciones tras la invasión de Ucrania y la anexión de Crimea en 2014. Más aún, varios Estados miembros de la Unión Europea han ido aumentando su gasto militar y han aceptado las medidas de la OTAN para responder a la agresión rusa.

Más allá de los desacuerdos sobre Nord Stream 2, Europa también está más unida en el frente energético. A mediados de la década de los 2000, los miembros de la UE eran islas energéticas que tenían que negociar por cuenta propia con el oso ruso. Hoy forman parte de un mercado energético europeo integrado que puede asegurar insumos de gas a países —como Ucrania, vía gasoductos de flujo inverso desde Europa Occidental— a los que Rusia mantiene en la incertidumbre. Con esto, se reduce significativamente la influencia de Rusia sobre los países de Europa del Este.

Durante más de una década, la UE y Estados Unidos han alternado entre fases de vinculación y otras de confrontación con Rusia. La reciente visita a Moscú de Josep Borrell, alto representante de la UE para Asuntos Exteriores y Políticas de Seguridad, fue solo el último de una larga lista de intentos fallidos por renovar las relaciones y buscar una colaboración más estrecha con Rusia, y no dejó dudas de la falta de interés del Kremlin al respecto. Pero una posible escalada de las sanciones de la UE en respuesta al tratamiento de Moscú a Navalni se arriesga a darle a Putin el enemigo externo que necesita para desviar la atención de sus problemas internos.

Putin ha estado en el poder demasiado tiempo y está perdiendo contacto con la sociedad rusa. Como resultado, Rusia está entrando en un periodo de declive y descomposición política. Su población está envejeciendo, al tiempo que cae el ingreso real de su clase media. Putin no ha podido diversificar la economía y la demanda global de hidrocarburos está destinada a bajar en la década que comienza.

Más aún, Putin tiene en Navalni su primer adversario político genuinamente amenazador. Navalni es más joven, más apuesto y más valiente que Putin. No es un liberal ni un internacionalista y ha desarrollado una infraestructura de comunicaciones que le ha resultado al Kremlin difícil de controlar.

Pero lo que hace a Navalni peligroso es la propia debilidad del sistema de Putin. No es todavía competitivo desde el punto de vista del apoyo popular, y probablemente nunca lo será, aunque, sin duda, por ahora es el disidente más visible.

Mientras tanto, algunos líderes europeos están llamando a un mayor activismo de la UE hacia Rusia. Los “negociadores” como el presidente francés Emmanuel Macron buscan reiniciar el diálogo con el Kremlin, mientras que los “confrontadores” como el presidente lituano Gitanas Nauseda son partidarios de sanciones más duras. Pero, nuevamente, este debate oculta el grado de convergencia dentro de la UE hacia Rusia.

Mientras China se vuelve cada vez más potente y vinculada con el resto del planeta, la situación de Rusia es la opuesta. En consecuencia, la UE no se debería apresurar a relacionarse con el régimen de Putin ni a obligarlo a una crisis diplomática. En lugar de ello, debería privarlo del principal elemento que necesita: la atención política. Así, en vez de vacilar entre recomponer los vínculos o la mano dura, la UE debería impulsar un enfoque alternativo. Llamémosle una “indiferencia con principios” o una “vinculación con dureza”.

Para comenzar, Europa debe tener claros sus intereses a medida que fortalece la seguridad de la UE. Al aumentar sus capacidades militares, de contrainteligencia, cibernéticas y de energía, los Estados miembros de la UE pueden mejorar la reputación de la Unión en Rusia. Además, la UE y Estados Unidos deberían acordar un enfoque conjunto hacia Rusia —poniendo en suspenso mientras tanto el proyecto Nord Stream 2— de modo que Putin se sienta menos tentado a enfrentar a ambas potencias entre sí.

Una segunda dimensión de un enfoque así debería ser limitar la política exterior de Rusia. Es verdad que las sanciones occidentales y sus propios problemas internos han hecho que Rusia tenga menos recursos y atención para Bielorrusia, Moldavia, Ucrania o Armenia. Pero igualmente la UE debería responder por la fuerza a cualquier provocación y agresión del Kremlin. Además, los Estados miembros deberían comenzar a invertir en asociaciones de colaboración militar y de seguridad con países como Ucrania, Moldavia y Georgia, y desvincular tales iniciativas del tema de la ampliación de la OTAN. La UE también podría entablar con Turquía un diálogo acerca de asuntos de seguridad sobre Rusia y el mar Negro.

Será clave mejorar la coordinación transatlántica acerca de Rusia. Los gestos unilaterales de la UE hacia el Kremlin socavan su reputación tanto ante Moscú como ante Washington, y no han dado réditos.

Todo eso no quiere decir que la UE tenga que evitar dialogar con Rusia. Pero es mejor hacerlo en foros internacionales como la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa o el Consejo del Ártico. Las conversaciones con Rusia —sean sobre el cambio climático, las vacunas o los visados— deben ser técnicas, sin la fanfarria diplomática o la emoción que han caracterizado a los últimos intentos.

Putin no tiene el factor tiempo a su favor. Si la UE responde con firmeza y no emocionalmente a la agresión del presidente ruso, debería poder contener así su maligna influencia sin favorecer sus intentos de, por ejemplo, calificar a Navalni de agente extranjero. Paradójicamente, la mejor manera de que los líderes europeos alimenten una voluntad de vinculación constructiva con el Kremlin es parecer menos ansiosos de que la haya. Dejemos que Putin venga a nosotros.

Mark Leonard es cofundador y director del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores.

Traducido por David Meléndez Tormen.

© Project Syndicate, 2021.

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