La decapitación en Yarumal

En el norte de Antioquia y Bajo Cauca antioqueño se libra una guerra a muerte entre el Clan del Golfo y los Caparrapos

Una manifestación en Bogotá para protestar contra las masacres en Colombia, el pasado septiembre.Europa Press

Como estaba previsto, el 2021 será un año pasado por sangre. En el primer mes se cuentan siete masacres, asesinatos de líderes sociales, de excombatientes de las FARC, una decapitación, secuestros, entre otros hechos violentos. El último capítulo se vivió en el municipio de Yarumal, en el departamento de Antioquia, donde un campesino fue asesinado y luego decapitado. Su cabeza fue dejada para que la comunidad la viera. En la región del norte de Antioquia y Bajo Cauca antioqueño s...

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Como estaba previsto, el 2021 será un año pasado por sangre. En el primer mes se cuentan siete masacres, asesinatos de líderes sociales, de excombatientes de las FARC, una decapitación, secuestros, entre otros hechos violentos. El último capítulo se vivió en el municipio de Yarumal, en el departamento de Antioquia, donde un campesino fue asesinado y luego decapitado. Su cabeza fue dejada para que la comunidad la viera. En la región del norte de Antioquia y Bajo Cauca antioqueño se libra, desde hace tres años, una guerra a muerte entre dos organizaciones criminales: El Clan del Golfo y los Caparrapos o Bloque Virgilio Peralta.

La historia de esta guerra y el papel que ha jugado el Estado colombiano es el reflejo de la violencia que azota a varias regiones del país. El Clan del Golfo y el Bloque Virgilio Peralta fueron socios durante muchos años. Su nacimiento se liga a la desmovilización paramilitar, son grupos que podrían ser denominados disidencias paramilitares. Entre 2006 y 2010 estos dos grupos ganaron la guerra a otros grupos posdesmovilización paramilitar como Los Paisas, quienes fueron el brazo armado de la Oficina o antigua Oficina de Envigado; también le ganaron la guerra a los Rastrojos y una serie de grupos locales y regionales.

Sin embargo, desde 2016 las tensiones entre los Caparrapos y el Clan del Golfo comenzaron. La explicación es doble. Por un lado, el líder del Clan del Golfo, Otoniel, hizo acercamientos con el Gobierno colombiano para un proceso de sometimiento a la justicia, lo que incomodó a muchos de sus socios, entre esos a los Caparrapos. En segundo lugar, la forma como se distribuyeron para copar los territorios que eran de la entonces guerrilla de las FARC, hoy convertida en partido político, hizo estallar la guerra. La distribución del territorio se hizo con el mecanismo de franquicia; es decir, el Clan del Golfo entregaba zonas que eran de las FARC a diferentes grupos vía comisión armada. Si bien en un primer momento la distribución funcionó, rápidamente los grupos entraron en confrontación y la disputa comenzó.

La guerra en principio debía ser corta, pero lleva más de tres años y nadie gana, aunque el Clan del Golfo tiene la ventaja. En todo caso, hay zonas que los Caparrapos controlan fuertemente. Ante la imposibilidad de una victoria de alguno de los dos, la guerra comenzó a degradarse, una violencia con altos grados de sevicia para lograr el apoyo de la población. Además, a todos aquellos que se oponían a involucrarse en la guerra los mataban. Por ello, fueron asesinados varios líderes sociales en la zona. Desde 2019 comenzaron los descuartizamientos, decapitaciones y masacres. De hecho, varias cabezas fueron dejadas con letreros a la orilla del río Nechí. Una violencia que no se vivía desde la época paramilitar de los años noventa del siglo XX.

Esta violencia degradada se vive en por lo menos seis subregiones del país, y todo parece indicar que no se detendrá por los próximos 18 meses. Tal vez, al final, la violencia baje, pero no será por la eficacia o eficiencia de la política pública, sino porque alguno de los bandos ganará y, sencillamente, la violencia descenderá. Es lo que se conoce como paz mafiosa. Luego, pasarán dos o tres años, hasta que alguien se revele y nuevamente la guerra comenzará, ese parece ser el ciclo interminable de la violencia en varias regiones del país.

Obviamente, en los momentos que la violencia baje, el presidente, alcalde y gobernador saldrán a cantar victoria y dirán que todo se debe a sus buenas políticas. En el fondo sabrán que mienten, como lo han sabido los antecesores. Pero les servirá para ganar apoyos, votos y aplausos y de pronto, para que los contraten como consultores en otros países y se la pasen de gira dando conferencias sobre como reducir la violencia. Claro está que, en las conferencias, nunca dirán que todo se trató de entregarle el territorio a un grupo criminal.

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