Autonomía estratégica europea y relación con EEUU
La Unión está en la tesitura de reducir su margen de maniobra para ser socio privilegiado de Washington
Europa ha recibido la elección de Joseph Biden con los brazos abiertos. Biden ha prometido reconstruir las alianzas malheridas tras cuatro años de Trump y recuperar la posición natural de EE UU como líder del orden multilateral. Además de referirse a la OTAN como “baluarte de la democracia liberal”, sus llamadas a resucitar la Organización Mundial de Comercio, volver a la Organización Mundial de la Salud y los acuerdos climáticos de París, o a reexaminar el acuerdo nuclear con Irán van en línea con las prioridades de política exterior de la Unión Europea.
Más allá de las celebraciones, ...
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Europa ha recibido la elección de Joseph Biden con los brazos abiertos. Biden ha prometido reconstruir las alianzas malheridas tras cuatro años de Trump y recuperar la posición natural de EE UU como líder del orden multilateral. Además de referirse a la OTAN como “baluarte de la democracia liberal”, sus llamadas a resucitar la Organización Mundial de Comercio, volver a la Organización Mundial de la Salud y los acuerdos climáticos de París, o a reexaminar el acuerdo nuclear con Irán van en línea con las prioridades de política exterior de la Unión Europea.
Más allá de las celebraciones, la elección de Biden ha reabierto el debate sobre autonomía estratégica europea, en buena parte avivado por el menosprecio de Trump a Europa y a la relación transatlántica. Para algunos, como la canciller alemana, Angela Merkel, o la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, la presencia de un atlantista y multilateralista en la Casa Blanca ofrece una ventana de oportunidad para avanzar en los objetivos globales de la UE, y hace menos urgente la búsqueda de la autonomía europea. La prioridad ahora sería el relanzamiento de la relación transatlántica. Otros, como el presidente francés, Emmanuel Macron, insisten en que la autonomía estratégica europea ni debe aparcarse ni puede estar a merced de los vaivenes políticos en EE UU. Por otro lado, la influencia que el trumpismo pueda seguir teniendo en parte del partido republicano puede hacer difícil hacer borrón y cuenta nueva de los últimos cuatro años. Además, China seguirá siendo la primera prioridad estadounidense, y eso pone de manifiesto la devaluación estratégica de Europa a ojos de Washington.
Independientemente de quien esté en la Casa Blanca, EE UU no entiende la relación transatlántica como una relación de iguales. En este sentido, parece difícil que la Administración de Biden vaya a recibir con los brazos abiertos la agenda de autonomía tecnológica e industrial europea. Dicha agenda amenaza directamente los intereses y el liderazgo de las tecnológicas estadounidenses.
En lo que a la defensa respecta, los planes de Biden de revitalizar la OTAN parece que incluyen dar a la Alianza un papel mayor en el ámbito de la innovación tecnológica e industrial. De hecho, el informe OTAN 2030, publicado hace unas semanas por un grupo de expertos nombrados por el secretario general de la Alianza, llama a un esfuerzo conjunto transatlántico en el ámbito de las tecnologías emergentes e incluso urge a la OTAN a lanzar una iniciativa similar al Fondo Europeo de Defensa (principal iniciativa tangible a la hora de sustanciar la promesa de autonomía estratégica de la UE en el ámbito de la defensa). El Fondo Europeo de Defensa ha sido percibido por la Administración de Trump como una amenaza a los intereses de las empresas de defensa estadounidenses en Europa. La idea de Biden de reforzar la cooperación transatlántica en el ámbito de la industria y tecnología de defensa podría reportar a Europa más valor tecnológico, pero a cambio de menos autonomía. De ahí la gira mediática que realizó hace poco Macron, avisando de que la elección de Biden puede suponer una suerte de beso de la muerte para la agenda de autonomía estratégica europea.
Biden quiere también poner la relación transatlántica al servicio de una agenda de política exterior normativa, de promoción de los derechos humanos y mano dura con las autocracias. Esto podría facilitar una convergencia entre EE UU y Europa en relación al desafío chino. De hecho, la UE se ha apresurado a publicar una nota sobre cómo redirigir la relación transatlántica para revivir el multilateralismo y afrontar conjuntamente el desafío planteado por China. Por otro lado, el informe OTAN 2030 propone una alianza más política y más global, sentando así las bases para abordar el desafío chino en el seno de la Alianza. Si bien Trump veía tanto lo normativo, lo multilateral y lo europeo como obstáculos a la hora de competir con China, Biden los ve como activos. Dicho esto, los desacuerdos transatlánticos en temas comerciales, privacidad de datos, tasas digitales o extraterritorialidad de las sanciones seguirán obstaculizando un alineamiento europeo con EE UU, no digamos ya contra China.
Podríamos interpretar el paso de Trump a Biden como una secuencia poli malo-poli bueno. El poli malo recurre al divide y vencerás con Europa, e incluso amenaza a los países europeos con retirar sus garantías de seguridad a no ser que se alineen con EE UU contra China. El poli bueno sigue buscando ese alineamiento, pero plantea el desafío chino como un desafío normativo (democracia contra autocracia) y multilateral, y no como un crudo pulso de poder entre EE UU y China. ¿Morderán los europeos el anzuelo? ¿Están dispuestos a rebajar la retórica de autonomía a cambio de un papel de socio de primer nivel en aras de resucitar su querido orden multilateral? Ese es el dilema transatlántico al que se enfrenta Europa tras la elección de Biden.
Luis Simón es director de la oficina del Real Instituto Elcano en Bruselas y profesor de Relaciones Internacionales en la Vrije Universiteit Brussel.