Columna

Puritana

Esto que nos pasa no puede estar pasándonos. Sin embargo, nos pasa y, a todas luces, es inmoral

Uno de los simpatizantes de Donald Trump en el asalto al Capitolio de Estados Unidos el pasado miércoles.Manuel Balce Ceneta (EL PAÍS)

No voy a hablar en términos de lucha de clases porque hablar en esos términos es un honor que ya solo se le concede a Warren Buffett, y porque los partidos de izquierda renunciaron a su vocabulario para que los partidos de derecha se pudieran erigir en representantes de la famélica legión. No hay más que revisar el perfil de ciertos votantes de Vox y el precioso álbum vikingo que nos dejó el asalto al Capitolio. Como la izquierda está acoquinadita mientras la derecha se desacompleja mintiendo porque ella lo vale, hoy hablaré en términos de moral. Vivimos una pandemia; Filomena nos acaba...

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No voy a hablar en términos de lucha de clases porque hablar en esos términos es un honor que ya solo se le concede a Warren Buffett, y porque los partidos de izquierda renunciaron a su vocabulario para que los partidos de derecha se pudieran erigir en representantes de la famélica legión. No hay más que revisar el perfil de ciertos votantes de Vox y el precioso álbum vikingo que nos dejó el asalto al Capitolio. Como la izquierda está acoquinadita mientras la derecha se desacompleja mintiendo porque ella lo vale, hoy hablaré en términos de moral. Vivimos una pandemia; Filomena nos acaba de aplastar con su manto blanco helando el corazón del vecindario sin luz de la Cañada Real y matando de frío a las personas que viven en la calle. Ya solo nos falta un ataque alienígena o la invasión de algún reino vecino sensible al autoexilio del emérito. Mientras, en la cadena de televisión pública de la comunidad cuya presidenta afirma que en situaciones catastróficas las presidentas han de estar no en medio, sino encima —fantasmagórica, pesada e imperialmente— evidenciando su cuestionable asimilación de las enseñanzas de Barrio Sésamo, su nula comprensión del poder jerárquico no dimanante de Dios Padre y del significado de la empatía; en la televisión pública de esta comunidad, en la que lo público se pretende desacreditar continuamente y se propone a la ciudadanía salir a la calle con palas para quitar nieve como si fuéramos intrépidos vaqueros, defensores del rancho y el rifle, emiten un programa de exhibición de casoplones. Mansiones de ochocientos metros habitadas por dos personas que acuden a subastas y anticuarios para jugar a las casitas. Chalés con piscina azul. Gimnasios. Mesas de billar. Camitas con dosel. Lo clásico y lo vanguardista entremezclados. Minimalismo decorativo: cada hueco o ausencia cuestan miles de euros. Exhibición hortera del buen gusto. De la falta absoluta de él.

Cuando me pregunto por la finalidad de estos programas, no me sale la vena resentida ni cuestiono la propiedad privada —no quiero que me encierren en un manicomio—, pero, en un gesto moral y defensivo, me pongo en modo monja laica, pagana misionera, Hepburn derramando el whisky de Bogie en el río, y no sé si estos programitas intentan publicitar euromillones y las casas de apuestas; demostrarnos que existe gente muy lista cuya listeza queda galvanizada en el ADN de las mejores familias, que los privilegios siempre son logros de la inteligencia y del trabajo, y que usted, que mira con estupor los casoplones, es un poquito soplagaitas… Puede que el programa esté patrocinado por una plataforma inmobiliaria que quiere ayudar a ricos empobrecidos o por un eje del mal criptocomunista que incita, bajo la máscara de equipo de creatividad televisivo, a la okupación y el asalto. Acaso se trabaje un objetivo aspiracional de “usted puede, póngase”; o quizá el programa sea un catalizador de la depresión —soy una mierda, soy una mierda…—, de la envidia cochina, de la idea de que hay otros mundos —de Yupi—, pero están en este, o del rupestre negacionismo: ni estas casas ni el coronavirus existen, y una mujer niega que esta nieve sea nieve. La quema con un mechero: “No se derrite. Plástico puro”. Esto que nos pasa no puede estar pasándonos. Sin embargo, nos pasa y, a todas luces, es inmoral.

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