¿Quién es el responsable?
Lo más urgente ahora no sería tanto el señalar culpables cuanto la aclaración de qué compete a qué instancia de poder político. ¿Para cuándo una sensata reforma federal?
Al comienzo de la primera ola de la pandemia supimos bien qué países habían actuado mejor o peor para contenerla. Los datos objetivos permitieron establecer comparaciones adecuadas. También dentro de España o entre regiones europeas. Luego la cosa se desdibujó. Alemania, el primero de la clase, empezó a sufrir en la segunda ola un embate similar al que azotó a los países del sur del continente durante la primera. Al tratarse de una emergencia sanitaria, el único criterio objetivo que marcó la diferencia fue la robustez relativa de los sistemas de salud, o el mayor o menor aislamiento de cada p...
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Al comienzo de la primera ola de la pandemia supimos bien qué países habían actuado mejor o peor para contenerla. Los datos objetivos permitieron establecer comparaciones adecuadas. También dentro de España o entre regiones europeas. Luego la cosa se desdibujó. Alemania, el primero de la clase, empezó a sufrir en la segunda ola un embate similar al que azotó a los países del sur del continente durante la primera. Al tratarse de una emergencia sanitaria, el único criterio objetivo que marcó la diferencia fue la robustez relativa de los sistemas de salud, o el mayor o menor aislamiento de cada país a los flujos de personas. No es lo mismo Nueva Zelanda, una isla —y remota—, que otra como el Reino Unido, uno de los Estados más conectados a la globalización.
Aun así, cuando esto pase habrá la suficiente evidencia para poder diseñar un ranking que acabe disipándonos todas las dudas. Mientras tanto, el ciudadano está medio ciego a la hora de tener que atribuir responsabilidades. Por centrarnos en España, ¿quién ha actuado mejor, el Estado o las Comunidades? ¿Pueden establecerse comparaciones entre ellas? Porque, recordémoslo, las subidas y bajadas de la infección parecen caprichosas, las que daban muy bien en un determinado momento pasaron luego a subidas espectaculares, y a la inversa. Ahora pueden establecerse comparaciones en el ritmo de vacunaciones, pero los números del inicio de este proceso es posible que cambien a lo largo del tiempo.
La conclusión es que el acontecimiento que más ha marcado nuestra vida social en los últimos tiempos está permitiendo que los gestores políticos se vayan de rositas, que no podamos determinar una clara atribución de responsabilidades. La famosa cogobernanza está sirviendo al final de excusa para la desresponsabilización generalizada. Con un importante elemento añadido. Dado que la expansión del virus depende también del comportamiento de los ciudadanos, estos pueden señalarse también como corresponsables. El frustrante corolario es que si todos somos responsables al final nadie lo es. Con un matiz importante: bajo condiciones de polarización política extrema, siempre hay un responsable de todos los males, el otro. El partidismo sirve, pues, como mecanismo de reducción de la complejidad, pero su efecto es igual de frustrante, permite eludir la siempre costosa tarea de tener que aportar razones, bastan las racionalizaciones. El culpable no lo es por lo que hace o deja de hacer, sino por quién es. Y así no hay forma de evitar que volvamos a caer en los mismos errores.
Y, sin embargo, no hay sistema democrático propiamente tal que en el que no pueda establecerse un adecuado sistema de rendición de cuentas. Lo más urgente ahora no sería tanto el señalar culpables cuanto la aclaración de qué compete a qué instancia de poder político. ¿Para cuándo una sensata reforma federal? O, cómo recuperar la confianza en las instituciones de modo que las directrices de los políticos tiendan a ser seguidas. Porque lo que nos mata es esa contradicción entre sentir una profunda desconfianza hacia los políticos y la expectativa de que sean ellos quienes nos resuelvan los problemas. ¿Para cuándo políticos que nos traten como mayores de edad y ciudadanos que actúen como tales? Esta es la cuestión.