Editorial

Sin titubeos

España debe actuar con decisión para evitar una tercera ola pandémica brutal

Salvador Illa durante la rueda de prensa tras la Reunión del Comité de Seguimiento del Coronavirus ayer en el Complejo de la Moncloa.EUROPA PRESS/M.FERNÁNDEZ. POOL (Europa Press)

El daño está hecho. Pese a las advertencias de las autoridades médicas, las restricciones dictadas para el periodo navideño por los Gobiernos autonómicos en el marco de mínimos pactado con el Gobierno central —a todas luces insuficiente— fueron demasiado laxas. El resultado empieza a verse ahora con dramatismo. El jueves, España anunció 42.000 casos contabilizados en los dos días previos y la incidencia por 100.000 habitantes en 14 días se disparó a 321 casos. Ayer fueron más de 25.000 y la incidencia subió a 350. La sucesión de festivos había mermado la capacidad de diagnóstico de la enfermed...

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El daño está hecho. Pese a las advertencias de las autoridades médicas, las restricciones dictadas para el periodo navideño por los Gobiernos autonómicos en el marco de mínimos pactado con el Gobierno central —a todas luces insuficiente— fueron demasiado laxas. El resultado empieza a verse ahora con dramatismo. El jueves, España anunció 42.000 casos contabilizados en los dos días previos y la incidencia por 100.000 habitantes en 14 días se disparó a 321 casos. Ayer fueron más de 25.000 y la incidencia subió a 350. La sucesión de festivos había mermado la capacidad de diagnóstico de la enfermedad y camuflado la progresión real. Si en diciembre se estaban realizando 140.000 pruebas al día hasta Nochebuena, apenas fueron 110.000 de media en los siete días siguientes. El 2 de enero solo se hicieron 70.000. La positividad, por el contrario, se está disparando (de menos del 8% a más del 14% en un mes), un indicio de la velocidad que está tomando la expansión de la enfermedad tras los encuentros de Navidad. España avanza a gran ritmo hacia la tercera ola. Y, a diferencia de la segunda, que llegó después de que la primera hubiera sido prácticamente doblegada, ésta ataca sin que hayamos salido de la anterior. Los riesgos son enormes.

El contexto europeo e internacional refuerza las señales de alerta máxima sobre el potencial devastador de esta ola. El virus está “fuera de control” en Londres, según alertó ayer su alcalde, Sadiq Khan, en un Reino Unido que ha vuelto al confinamiento estricto al alcanzar cifras más de 60.000 nuevos casos y mil muertos diarios, dada la rapidez de transmisión de la nueva cepa, que circula ya por España. Alemania también está registrando más de mil muertos al día. Portugal, más de 10.000 contagios diarios. Italia y Francia han renovado sus restricciones. El espectro de un desbordamiento de los hospitales vuelve a enturbiar el escenario a pesar de los mejores tratamientos y de las esperanzas lógicas despertadas por las vacunas. En Londres, ya es así.

La sociedad está exhausta; la economía, altamente resentida; la fatiga se extiende en todos los ámbitos. Y sin embargo, aún es hora de resistir y apretar, de endurecer las restricciones y de acelerar paralelamente la vacunación con un replanteamiento ágil del plan inicial para incluir más grupos y más pronto si es preciso. Si los científicos y autoridades regulatorias se han dado prisa en obtener y aprobar las vacunas —la UE ha dado luz verde esta semana a la de Moderna, que se suma así a la de Pfizer-BioNTech—, los gestores deben estar a la altura.

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Algunas comunidades han anunciado nuevas restricciones a la movilidad (Cataluña, Murcia, Madrid), a la hostelería y comercio (Extremadura) o han adelantado el toque de queda (Valencia y La Rioja). Son decisiones que van en la dirección correcta. Pero es posible que se muestren insuficientes. Entramos en una nueva fase, nueva pantalla de este laberinto global que es la pandemia. Es clave que el Gobierno central lo afronte así, que repase el mínimo común denominador que establece el actual estado de alarma, que lo actualice ante esta nueva etapa y que facilite más restricciones ante un escenario móvil que deja rápidamente desfasadas las vigentes. Es su responsabilidad. Las comunidades, por su parte, no tendrán que titubear a la hora de aplicar medidas. La dramática lección británica, que se adentra en un confinamiento probablemente largo, muestra el precio de reaccionar tarde.

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