Salvador Illa, ministro en lugar del ministro
Todo lo ocurrido desde que se pactó la candidatura de Illa a la Generalitat ha sido una sucesión de errores que se pueden resumir en un mandamiento: si vas a mear en la piscina, no lo hagas desde el trampolín
En una democracia en la que los partidos políticos antepusiesen los ciudadanos a sus intereses, la salida de Salvador Illa del Ministerio de Sanidad debería considerarse como un castigo del partido que la ha provocado. Un relevo, una destitución. Sin embargo se considera un reconocimiento, una manera de valorar su trabajo. En medio de una crisis sanitaria sin precedentes, que el responsable de la salud pública abandone su cargo para ser candidato en unas elecciones autonómicas es una r...
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En una democracia en la que los partidos políticos antepusiesen los ciudadanos a sus intereses, la salida de Salvador Illa del Ministerio de Sanidad debería considerarse como un castigo del partido que la ha provocado. Un relevo, una destitución. Sin embargo se considera un reconocimiento, una manera de valorar su trabajo. En medio de una crisis sanitaria sin precedentes, que el responsable de la salud pública abandone su cargo para ser candidato en unas elecciones autonómicas es una recompensa. De tal modo que cuando el primer secretario del PSC, Miquel Iceta, dice de él que “es un hombre tenaz, muy resistente, de grandes convicciones, respetuoso y que cuando se compromete a algo, lo saca”, no lo dice referente a la pandemia que gestiona actualmente, sino a algo aún más importante: la candidatura. Y, si no gana las elecciones en Cataluña, será una “buena opción de futuro”. O sea, oposición.
Imaginemos como sostiene el PSOE, y es mucho imaginar, que el trabajo en la pandemia de Illa esté siendo tan extraordinario. ¿No es lo suficientemente delicado ese trabajo y el momento como para mantenerlo en su puesto? ¿No es lo suficientemente importante ese trabajo y el momento como para que la reacción a esa gestión no sea hurtársela a los ciudadanos? Es algo tan unánimemente aceptado que en política el premio a una gestión sea dejar de hacerla que recuerda a cuando en el periodismo la recompensa a escribir grandes temas sea, ascenso mediante, dejar de escribirlos. Si bien en la Administración pública el mensaje es más transparente: primero el partido, luego el Gobierno. No lo ve tan claro la cegata oposición, que en lugar de felicitarse (si para ellos ha sido tan catastrófico ministro, ¿por qué -salvo la avispada Ayuso- no se alegran de la decisión del PSOE?: Sanidad estará en otras manos, y en Cataluña tendrán un rival con antecedentes) ha puesto el grito en el cielo. Falta de cintura y de ironía, o sea de inteligencia. Ni tan malo como para alegrarse de que se vaya, ni tan bueno como para ser imprescindible: eso es, según los suyos y los contrarios, Salvador Illa.
Se comprueba de esta manera que la pandemia como oportunidad política es inevitable incluso para no esperar a que termine, como esos ensayistas que la tercera semana del confinamiento estaban publicando un libro. Todo ello acarrea lo que ahora estamos viendo. Un ministro que dice que dejará el cargo en cuanto empiece la campaña, como si no fuese a hacerla hasta entonces y desde la posición más delicada posible, poniéndose innecesariamente en el centro de las sospechas, las que tienen base y las que no. El mismo ministro que privilegió su obediencia al partido a su representación pública como gobernante para mentir a un periodista al decir que Iceta sería candidato a la Generalitat cuando ya sabía que sería él. Y eso teniendo en cuenta que el lenguaje de la política está diseñado para evitar mentir y evitar decir la verdad, así que había soluciones para ello; si vas a mentir siendo ministro miente al menos para no frustrar una operación antiterrorista, no para no frustrar, por un día, el anuncio de una candidatura. Porque esa mentira se convierte, automáticamente, en tu primer acto electoral.
Todo lo ocurrido desde que se pactó la candidatura de Salvador Illa a la Generalitat ha sido una sucesión de errores que se pueden resumir en un mandamiento: si vas a mear en la piscina, no lo hagas desde el trampolín.