Columna

¿Año nuevo, vida nueva?

La llegada de la vacuna contra la covid-19 anima a pensar que el buen tiempo está ya próximo, pero las dudas permanecen

Una abuela por la ventana junto a su nieta.pexels

Escribo esto mientras se despide un año que para la mayoría de las personas ha sido el peor de sus existencias y que da paso a otro que se presenta envuelto en la incertidumbre de no saber si terminará con la pesadilla de 2020 o si la prolongará durante algunos meses, incluso durante todo él. Aunque el refrán popular asegura que con cada nuevo año empieza una nueva vida, nadie puede asegurar que este que acabamos de estrenar cumplirá con el esperanzador pronóstico.

En la iconografía tradicional infantil, incluso en la medieval de códices e ilustraciones, al año viejo y al nuevo se los r...

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Escribo esto mientras se despide un año que para la mayoría de las personas ha sido el peor de sus existencias y que da paso a otro que se presenta envuelto en la incertidumbre de no saber si terminará con la pesadilla de 2020 o si la prolongará durante algunos meses, incluso durante todo él. Aunque el refrán popular asegura que con cada nuevo año empieza una nueva vida, nadie puede asegurar que este que acabamos de estrenar cumplirá con el esperanzador pronóstico.

En la iconografía tradicional infantil, incluso en la medieval de códices e ilustraciones, al año viejo y al nuevo se los representa como a un anciano y a un niño, uno cuya vida acaba y otro que la comienza. Se supone que entre ambos solo hay una sucesión. Pero hay años que se encadenan unos con otros continuando su inercia, pese a nuestro deseo —en el caso de los años malos—, o, al revés, interrumpiéndola en contra de él, en el de los positivos.

Este que ha terminado, no obstante, ha sido tan desastroso que todos celebramos su finalización (hasta con fuegos artificiales y tracas, como si fuera una fiesta o el fin de una condena, por parte de algunos), pues, aunque no tengamos garantía de que el que empieza vaya a ser mejor, sabemos que por lo menos peor no será, porque es imposible. Como le decía Don Quijote a Sancho en una célebre admonición que más de uno ha desempolvado estos días para animar a sus conocidos en sus felicitaciones de Navidad: “Todas estas borrascas que nos suceden son señales de que presto ha de serenar el tiempo y han de sucedernos bien las cosas; porque no es posible que el mal ni el bien sean durables, y de aquí se sigue que, habiendo durado mucho el mal, el bien está ya cerca”.

La llegada de la vacuna contra la covid-19, desarrollada en un tiempo récord dada la emergencia mundial y que ha empezado a ser dispensada a los primeros pacientes antes de que terminara el año 2020, anima a pensar, como Don Quijote, que el buen tiempo está ya próximo, pero las dudas permanecen y, junto con el miedo, que es libre, hacen que el mundo siga expectante y paralizado, como si no se creyera aún que algún día acabará de verdad esta pesadilla y los efectos de todo tipo que ha provocado y sigue causando en todo el planeta y en todos los aspectos de la vida de la gente: en la salud, en la economía, en la convivencia, en la propia libertad individual…

Entre la esperanza y el miedo, pues, nos situamos todos en el comienzo de este año que se anuncia como el del final de la pesadilla que convirtió el anterior en una tragedia. Esperanza porque se cumpla la previsión y miedo a que no sea así.

Optimista por naturaleza (en cuanto a los avances de la ciencia y de la técnica y a la capacidad de la humanidad para sobrevivir, no tanto en lo que se refiere a la de corregir sus hábitos), yo soy de los que piensan que este año va a ser, en efecto, mejor que el que queda atrás, pero —conociendo a algunos políticos y a quienes les apoyan y jalean— tampoco creo que sea mucho mejor, pues ya se encargarán ellos de estropearlo, sea cual sea la mejoría.

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