Negriña y el lobo
Los cuentos de Navidad siempre ocurren al otro lado de la ventana
Hace unos días una vaca frisona se puso de parto en la aldea de Langullo, exterior de la sierra de Manzaneda (Ourense), su punto más alto. Tumbada e incapaz de parir, exhausta, sus mugidos llamaron la atención de un lobo, que aprovechó el estado de la vaca y le comió parte de los labios vulvares y el culo, que ya asomaba, del feto. El teléfono del veterinario Manolo Araúxo sonó a media tarde en A Pobra de Trives, a 20 minutos en coche. La escena que se encontró era dantesca: la vaca, llamada Negriña, tenía la vulva medio devorada y trataba de expulsar a su ternero ya muerto por el festí...
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Hace unos días una vaca frisona se puso de parto en la aldea de Langullo, exterior de la sierra de Manzaneda (Ourense), su punto más alto. Tumbada e incapaz de parir, exhausta, sus mugidos llamaron la atención de un lobo, que aprovechó el estado de la vaca y le comió parte de los labios vulvares y el culo, que ya asomaba, del feto. El teléfono del veterinario Manolo Araúxo sonó a media tarde en A Pobra de Trives, a 20 minutos en coche. La escena que se encontró era dantesca: la vaca, llamada Negriña, tenía la vulva medio devorada y trataba de expulsar a su ternero ya muerto por el festín del lobo. “¿Por qué no pudo parir antes de que llegase el lobo?”, le pregunto a Manolo. El veterinario explica que el feto estaba de nalgas y con las patas para dentro (adjunta gráfico), por lo que la vaca, sin ayuda, no podía expulsarlo; lo intentó con todas sus fuerzas y durante horas, pero resultó imposible y el dolor se le hizo insoportable.
Nada más aparecer, Manolo puso la epidural a la madre y comprobó el estado de la cría, hinchada y muerta. La hinchazón precisamente fue la que provocó que Manolo no pudiese colocar al ternero para sacarlo con sus propias manos. Pasó una hora intentándolo sin resultado. La única solución fue la fetotomía, ya que la cesárea está contraindicada: la vaca moriría y aquello supondría un gasto mayor para el ganadero. “¿Qué es la fetotomía?”, pregunto con un poco de miedo a Manolo. “Cortarlo a trozos”, dice. Así que estuvo dos horas serrando al ternero incrustado en su madre mientras iba tirando sus pedazos a la hierba. La escena la contemplaban Fernando, dueño de la explotación, y Yuri, un ucraniano fuerte como un toro. ”A vaca salvouse coa cona comida”, resume mi amigo.
Han pasado 10 años exactos desde que asistí a Manolo, entonces para inseminar a una vaca que se llamaba Paloma. Le levantó el rabo, le metió el brazo para limpiarla de heces, luego le agarró el cuello del útero y, con la otra mano, le enchufó por la vagina un tubito de semen enganchado al catéter; era semen de toro limousin francés que llevó en un termo de nitrógeno líquido. De esas acciones de Manolo Araúxo y de las veterinarias y veterinarios como él en zonas rurales, muchas de ellas dejadas de la mano de Dios incluso para acercarse a comprar leche, dependen la economía de muchas familias, la paz de muchos animales y las vidas de muchas personas.
El día que Manolo serró durante dos horas a un ternero a medio parir para salvar a una vaca frisona en una aldea de la montaña de Manzaneda fue el 25 de diciembre. Estuvo allí con ella de siete de la tarde a medianoche. El termómetro marcaba siete grados bajo cero. A pesar de la tradicional imagen formada por un hogar iluminado por su abeto, la calefacción encendida, la familia reunida en la mesa y los regalos abiertos y desperdigados por la alfombra, la Navidad que trasciende casi siempre es la que ocurre al otro lado de la ventana. La salvan los que están de guardia en los montes y en las calles, a menudo entre sangre y mierda, serrando el cadáver de una cría para que su madre pueda sobrevivir. Visitarla a los pocos días, como hizo Manolo, y que la vaca, convaleciente tras el parto y el ataque del lobo, lo mire con los ojos enormes de las vacas y Manolo, que ha atendido a cientos, sepa bien qué quiere decir, aunque no lo diga.