Columna

Todos morimos jóvenes

En mitad del optimismo sobre la vacuna, pienso en los que fallecen hoy por covid, cuando intentamos mirar hacia otro lado y soñamos con el principio del fin de la pandemia

La Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) para enfermos de coronavirus del Hospital Universitario Dr. Josep Trueta de Girona (España).Glòria Sánchez (Europa Press)

España ha sido en 2020 el país con más exceso de muertes por habitante de toda Europa: según Mortality.org y Our World in Data, se han producido 77.000 muertes inesperadas desde marzo, es decir, 1.650 muertes por millón de habitantes. Como dice Kiko Llaneras, estamos “por delante también de otros países que ofrecen estos datos, como EE UU o Chile”. Las cifras grandes tienen un efecto narcótico. Durante meses, observamos de frente a la muerte, casi de manera mórbida; cuando dejamos de hacerlo no fue porque hubiera desaparecido sino por saturación...

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España ha sido en 2020 el país con más exceso de muertes por habitante de toda Europa: según Mortality.org y Our World in Data, se han producido 77.000 muertes inesperadas desde marzo, es decir, 1.650 muertes por millón de habitantes. Como dice Kiko Llaneras, estamos “por delante también de otros países que ofrecen estos datos, como EE UU o Chile”. Las cifras grandes tienen un efecto narcótico. Durante meses, observamos de frente a la muerte, casi de manera mórbida; cuando dejamos de hacerlo no fue porque hubiera desaparecido sino por saturación. Sustituimos el estupor inicial por la fatiga: ha habido muertos por covid todos los días desde el principio de la pandemia, pero no todos han contado igual.

En mitad del optimismo sobre la vacuna, pienso en los que fallecen hoy por covid, cuando intentamos mirar hacia otro lado y soñamos con el principio del fin de la pandemia. Son como las víctimas tras un armisticio. Cuentan, pero son una especie de contrarrelato, están en una tierra de nadie y no las lloramos igual. Ya hemos anunciado oficialmente que el fin está cerca y miramos con optimismo e impaciencia hacia el futuro. Pienso en los enfermos de covid que han visto las primeras noticias sobre la vacuna, y que no podrán salvarse. Todos morimos jóvenes, escribe el antropólogo Marc Augé (citado por el filósofo Manuel Arias Maldonado en su excelente Desde las ruinas del futuro); son pocos los que, a las puertas de la muerte, piensan que ya no les queda nada por hacer ni por vivir. ¿Cómo afronta el enfermo de covid su muerte sabiendo que la recuperación está a la vuelta de la esquina, cuando la sociedad ve cerca el final de esta pesadilla?

La pandemia nos ha permitido hacernos “una idea aproximada de lo que era vivir en épocas dominadas por la presencia de la muerte accidental”, escribía recientemente Arias Maldonado. La covid no ha sido accidental ni algo repentino para muchos que han luchado durante meses contra la enfermedad. Pero sí ha sido accidental a nivel colectivo: nos ha mostrado de pronto nuestra vulnerabilidad frente a la naturaleza, algo que posiblemente experimentemos cada vez más en un futuro lleno de catástrofes ecológicas y medioambientales, y ha colocado la muerte en primer plano, cuando llevamos décadas, afortunadamente, colocándola fuera de la vida social.

Hay quienes critican que las sociedades contemporáneas están demasiado anestesiadas y totalmente alejadas del concepto de la muerte. No entiendo por qué esto es malo. ¿Nos prepara la muerte para afrontar más muertes? Y si es así, ¿merece la pena ese aprendizaje? El estupor que ha provocado la pandemia responde a algo positivo: la muerte lleva décadas sin monopolizar la vida. Es posible que la pandemia nos esté enseñando cosas y nos esté preparando para otras catástrofes parecidas. Pero si a partir de 2021 volvemos a desacostumbrarnos de la muerte, será algo positivo.



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