Columna

El año de los europeos

El 2020 ha registrado el éxtasis de tres crisis brutales: la de la recesión pandémica, la de los populismos iliberales internos y asociados y el pulso para después del Brexit

La presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyen.OLIVIER MATTHYS (AFP)

Acaba 2020 como el año más trascendental para los europeos en este siglo. Aunque año corto (empezó con la pandemia), ha sido intenso, porque ha registrado el éxtasis de tres crisis brutales: la de la recesión pandémica, resuelta con el salto federal de la deuda común (eurobonos); la de los populismos iliberales internos (polaco, húngaro) y asociados (EE UU), saldada de momento por su estrepitosa derrota; y el pulso para después del Brexit, canalizado por el nuevo tratado comercial. Resoluciones, todas ellas, contra pronóstico.

Cuando empezó la crisis del Brexit —la última en encauzarse,...

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Acaba 2020 como el año más trascendental para los europeos en este siglo. Aunque año corto (empezó con la pandemia), ha sido intenso, porque ha registrado el éxtasis de tres crisis brutales: la de la recesión pandémica, resuelta con el salto federal de la deuda común (eurobonos); la de los populismos iliberales internos (polaco, húngaro) y asociados (EE UU), saldada de momento por su estrepitosa derrota; y el pulso para después del Brexit, canalizado por el nuevo tratado comercial. Resoluciones, todas ellas, contra pronóstico.

Cuando empezó la crisis del Brexit —la última en encauzarse, al filo de la Nochebuena—, hace cuatro años y medio, todo eran pronósticos de dilución, si no de disolución. El ejemplo secesionista anglosajón sería imitado. El club se fragmentaría. Era un paso gigantesco a lo desconocido.

Ocasionó la primera negociación para reducir la nómina del club, en vez de extenderla: un horizonte de mal agüero, pues la dinámica de profundizar en la Unión —con nuevas políticas, competencias e instituciones— al compás de cada una de las sucesivas ampliaciones es la que se había ido afianzando. A británicos, irlandeses y daneses, a mediterráneos, a escandinavos, a orientales. Si las hechuras de la casa común aguantaron esos envites, es porque se ensanchaban, a veces imperceptiblemente, sus costuras, para hacerla más amplia y habitable.

Una lógica cartesiana inversa auguraba que el primer adelgazamiento —y más de un socio como el Reino Unido, el único real vencedor de la Segunda Guerra Mundial— implicaría la desarticulación, deconstrucción o dispersión de lazos comunes. El Acuerdo de Retirada costó sangre, sudor y lágrimas. Y el doble retranqueo de la otra parte descontratante: primero, la renegociación de la solución irlandesa; a pelota pasada, su puesta en cuestión en Westminster. Pero alumbró una unidad imprevista e insólita de los 27, fraguada en el poder de atracción de un invento en apariencia tan poco seductor como el mercado interior.

Y tras la separación vino el calvario del estatuto del posdivorcio, la fase de diseño más enojoso, porque la magia de la relación ya estaba quebrada: patria potestad, régimen de visitas, uso de bienes aún compartidos... Suele ocasionar la ruptura en astillas, porque el minipimer (la pesca) o el cuadro de la abuela (la gobernanza de los posibles litigios)... esas aparentes pequeñeces son muy graves, afloran sentimentalismos y mezquindades. Nos los hemos ahorrado. Sobria hazaña.

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