Columna

Misericordia

Tanto da que la vivienda sea un derecho. Cómo puede zanjar la señora Gamarra un debate urgente con un insulto que tampoco es tal. Dónde está su respuesta política

Escaparate con anuncios de alquiler y venta de viviendas en una calle de Madrid.KIKE PARA

Tras vivir un buen tiempo de prestado y amontonados en un piso interior de Lavapiés, Marcelino y Josefina se pusieron a buscar un hogar propio. No dudaron en el barrio en el que querían establecerse: Carabanchel Alto. Nada tenía que ver con las prestaciones del barrio. La razón por la que querían mudarse allí con sus dos niños la explicaba el sindicalista Marcelino, el de la sonrisa inmutable y la piel lustrosa, el de la voz bíblica, el hombre de pueblo al que no restó salud ni su vida de soldado, ni sus huidas audaces de la Guardia Civil, ni su paso por las cárceles franquistas: la pareja que...

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Tras vivir un buen tiempo de prestado y amontonados en un piso interior de Lavapiés, Marcelino y Josefina se pusieron a buscar un hogar propio. No dudaron en el barrio en el que querían establecerse: Carabanchel Alto. Nada tenía que ver con las prestaciones del barrio. La razón por la que querían mudarse allí con sus dos niños la explicaba el sindicalista Marcelino, el de la sonrisa inmutable y la piel lustrosa, el de la voz bíblica, el hombre de pueblo al que no restó salud ni su vida de soldado, ni sus huidas audaces de la Guardia Civil, ni su paso por las cárceles franquistas: la pareja quería un pisito que estuviera cerca de la cárcel porque su detención era inminente. Era como un acercamiento de preso, pero al revés, primero el piso, y ya luego la cárcel, cuando tocara. Así fue. Cuando lo detuvieron en 1967, los Camacho ya eran vecinos de Carabanchel. Esa determinación asombrosa de entregarse a la lucha obrera sin amedrentarse por la amenaza de una detención, esa mezcla entre el ideal y lo pragmático era tan singular como común en esa generación de luchadores. A su vez, Josefina, en la retaguardia doméstica, preparaba un gigantesco puchero que llevaban entre su hija y ella a la prisión para que su marido y los camaradas comieran algo decente. La hija recuerda que ese olor de comida materna inundaba la cocina familiar y luego las dependencias carcelarias y que ese rastro que quedaba en un lugar y otro les hacía sentirse más cerca. En el documental de Dufour, Lo posible y lo necesario, que hace unos días emitió la tele pública, vibraban las palabras de Marcelino Camacho y de Josefina Samper, también las de otros sindicalistas como Nicolás Sartorius o Julián Ariza. Por cierto, echaba de menos que salieran sus nombres escritos. Pensaba melancólicamente si esta juventud de ahora sabrá quiénes son estos que fueron héroes de la mía, por haber sido impulsores de las Comisiones Obreras, creadas a base de infiltrarse sus activistas en los sindicatos verticales.

En aquella pequeña cocina de los Camacho en donde se escuchaba la radio Pirenaica, se comía, los niños hacían sus deberes y los padres esperaban, hasta que llegó, a la policía, se resumía lo que debiera ser un hogar. Armonía, amor, comida caliente, refugio. A Camacho se lo arrebataron durante nueve años que cumplió condena. Vergüenza, por cierto, que derribaran el edificio que podría haber sido un centro dedicado a la memoria de los presos políticos. Camacho el sindicalista, el comunista, volvió andando a la misma cocina de la que había salido, indultado tras el proceso 1001.

Doy un salto en el tiempo y me encuentro en este presente pandémico, escuchando a Cuca Gamarra, portavoz del Grupo Popular, decir que aquellos que quieren regular el precio de los alquileres son unos comunistas. Así, sin más, la señora Gamarra lanza una respuesta sin argumento, un insulto tramposo, que olvida y desacredita ese mismo consenso de 1978, que los suyos tanto dicen defender, en el que participaron activamente los sindicalistas, comunistas o no. Gamarra se enroca en su respuesta. Tanto da que la periodista Pepa Bueno le recuerde que se trata de una práctica común en Europa. Tanto da que los desahucios sigan imparables porque los sueldos no dan para sostener una hipoteca, tanto da que su partido malvendiera viviendas sociales a fondos buitre, tanto da que un tanto por cierto elevadísimo de pisos se encuentra en manos de unos pocos que controlan el mercado. Tanto da que la vivienda sea un derecho. La vivienda o el hogar, esa cocina del sindicalista Camacho a un paso de la cárcel. Pero cómo puede zanjar la señora Gamarra un debate urgente con un insulto que tampoco es tal. Dónde está su respuesta política. Y si carece de razones políticas, ¿dónde están su humanidad, su misericordia o su piedad, esas palabras esenciales del vocabulario católico a las que Galdós otorgó su justo sentido para devolvérnoslas libres de beatería?

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