Columna

Papa y papás

Decepciona que la iglesia de Jesucristo no sea, por un asunto de cama, aquella vanguardia caritativa y humanista en la que muchos creímos antes de perder la fe que nos castigaba

“¿Quién soy yo para juzgar a los gais?” dijo el Papa Francisco en el vuelo de regreso de Río de Janeiro en 2013.EFE (POOL)

El mismo día en que Pablo Casado hizo de delantero centro en las Cortes hubo otra recolocación centrista en más altas esferas, donde se aplaudió menos. Gracias a una crónica de Daniel Verdú supimos de un documental ruso en el que el Papa Francisco prosigue su resbaladizo toma y daca en el tema de la homosexualidad; lo inició a bordo de un avión en 2013, recién elegido (“¿quién soy yo para juzgar a los gais?”), lo atenuó poco tiempo después al recomendar el psicólogo a los niños con “síntomas raros”, aunque el mes pasado su encíclica Hermanos todos nos pareció el non plus ultra de...

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El mismo día en que Pablo Casado hizo de delantero centro en las Cortes hubo otra recolocación centrista en más altas esferas, donde se aplaudió menos. Gracias a una crónica de Daniel Verdú supimos de un documental ruso en el que el Papa Francisco prosigue su resbaladizo toma y daca en el tema de la homosexualidad; lo inició a bordo de un avión en 2013, recién elegido (“¿quién soy yo para juzgar a los gais?”), lo atenuó poco tiempo después al recomendar el psicólogo a los niños con “síntomas raros”, aunque el mes pasado su encíclica Hermanos todos nos pareció el non plus ultra del igualitarismo. Pero ahora resulta que los homosexuales siguen pecando si además de creyentes son practicantes: la noticia es que el papado acepta el amor platónico y la unión civil (faltaría más). Bergoglio, vigilado de cerca por la curia vaticana, reparte el sufrimiento: a los hijos que muestren la tendencia no hay que echarlos de casa, pero tampoco es de recibo que un crío afeminado o una cría machorra “generen dolor” a sus progenitores.

Yo quise mucho a mis padres, que me quisieron a mí muchísimo, sin saber en toda su verdad mis sentimientos amorosos. No me hicieron sufrir ni yo a ellos, creo. El lema del Ejército norteamericano (“don’t ask, don´t tell”; no pregunte, no diga) fue durante siglos un pacto sobrentendido de silencio, llevadero mejor en grandes superficies y familias de manga ancha. Hoy es distinto. La homosexualidad quiere hablar, esté donde esté, y no solo ser compadecida. Cuando las sectas dogmáticas proliferan y las religiones de Libro manifiestan intransigencia respecto al descarriado, la más extrema de todas se lanza a la calle a sacrificar ovejas negras del rebaño de enfrente. Decepciona en un momento así que la Iglesia de Jesucristo no sea, por un asunto de cama, aquella vanguardia caritativa y humanista en la que muchos creímos antes de perder la fe que nos castigaba.

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