Columna

El trabajo de un líder

La voluntad humilde de aprendizaje de líderes como Jacinda Ardern o Angela Merkel no se distingue en absoluto en quienes, por ejemplo, organizan o asisten a eventos en mitad de una epidemia

El ministro de Sanidad, Salvador Illa, en los premios Leones del Español, en Madrid (España).Raúl Terrel (Europa Press)

En una democracia representativa, las personas que elegimos para que tomen decisiones por (y para) nosotros están obligadas a triangular tres objetivos. Tienen que hacernos caso, atender a nuestros intereses, percepciones y deseos. Pero, al mismo tiempo, la naturaleza delegada del trabajo les obliga a tomar decisiones de manera autónoma. Por último, que sea imposible predecir todas las vicisitudes a las que se enfrentará el mundo durante su mandato asegura la necesidad de improvisación en esa toma de decisiones: pueden haberte elegido para cumplir una promesa, pero ¿qué pasa si una pandemia, u...

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En una democracia representativa, las personas que elegimos para que tomen decisiones por (y para) nosotros están obligadas a triangular tres objetivos. Tienen que hacernos caso, atender a nuestros intereses, percepciones y deseos. Pero, al mismo tiempo, la naturaleza delegada del trabajo les obliga a tomar decisiones de manera autónoma. Por último, que sea imposible predecir todas las vicisitudes a las que se enfrentará el mundo durante su mandato asegura la necesidad de improvisación en esa toma de decisiones: pueden haberte elegido para cumplir una promesa, pero ¿qué pasa si una pandemia, una crisis económica, o ambas se interponen en el camino?

“Allá va mi gente. Debería averiguar hacia dónde se dirigen, para así poder liderarlos” es el lema de quienes solo pretenden cumplir con el primero de los objetivos. Atreverse con los otros dos es lo que distingue realmente a un líder, algo inevitable cuando el reto es nuevo. Si el representante se gira a sus representados a preguntarles “¿qué hago?”, lo normal es que le respondan: “Bueno, para eso te hemos elegido”.

En ese instante la tentación contraria, la de encerrarse en una burbuja elitista que refuerce sus prejuicios, es tan alta como la del falso liderazgo. Pero no se trata de eso, sino de tener criterio. Absorber nueva información de manera ágil y rigurosa para responder a desafíos inesperados es la herramienta básica del político en crisis. Aprender, en definitiva, para después explicar, aplicar, y predicar con el ejemplo.

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Esa voluntad humilde de aprendizaje está en los grandes líderes de las últimas décadas. Está en Jacinda Ardern, la reelecta primera ministra neozelandesa. También está en Angela Merkel y habitaba en Barack Obama.

Pero no se distingue atisbo de ella en quienes, por ejemplo, organizan o asisten a eventos en mitad de una epidemia. Quienes lo hacen además en espacios cerrados, a ratos sin mascarilla, y cuando son increpados por la misma población a la que los científicos exigen cuidado por el contagio en lugares concurridos, poco ventilados, responden con excusas incompletas, basadas en información anticuada o directamente errónea. Notable es que hayamos tenido ejemplos de ello en más de un país en las últimas semanas, y también en más de un ámbito ideológico, demostrando que nadie está a salvo de creerse que el saber y el mundo empiezan y terminan dentro de su propia burbuja. @jorgegalindo

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