Columna

Suicidio

Temo que nuestra relación con los actores políticos empiece a parecerse a la que algunos espectadores mantienen con los participantes de los programas concurso de la tele

El presidente del PP, Pablo Casado, este miércoles durante la sesión de control al Gobierno en el Congreso de los Diputados, en Madrid.POOL. Bernardo Díaz/El Mundo (Europa Press)

Temo que nuestra relación con los actores políticos empiece a parecerse a la que algunos espectadores mantienen con los participantes de los programas concurso de la tele. Que no se valoren sus capacidades, ni su discurso, ni su grado de sensatez o de locura: que solo cuente que nos caigan bien o mal. Y de eso se trata quizá, de que nos olvidemos de las relaciones económicas o de las fuerzas morales o inmorales sobre las que se sostiene la existencia para reducirlo todo a una cuestión de antipatía o simpatía. La política ha dejado de ser un certamen de ideas para caer en un asunto de apegos in...

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Temo que nuestra relación con los actores políticos empiece a parecerse a la que algunos espectadores mantienen con los participantes de los programas concurso de la tele. Que no se valoren sus capacidades, ni su discurso, ni su grado de sensatez o de locura: que solo cuente que nos caigan bien o mal. Y de eso se trata quizá, de que nos olvidemos de las relaciones económicas o de las fuerzas morales o inmorales sobre las que se sostiene la existencia para reducirlo todo a una cuestión de antipatía o simpatía. La política ha dejado de ser un certamen de ideas para caer en un asunto de apegos inconscientes dominados por las adhesiones inquebrantables o los rechazos unánimes. En MasterChef, en La isla de los famosos, en Gran Hermano, etc., lo que cuenta a la hora de alinearse con unos o con otros son los movimientos más primarios del alma.

Ahora da la impresión de que no importa la realidad de la pandemia, no importan los muertos ni las hospitalizaciones ni la parálisis económica ni las peligrosas úlceras aparecidas en la superficie del cuerpo social. Importa quién se lleva al agua el gato de los impulsos viscerales. Nuestra vida cotidiana se parece a una cena perpetua de Nochebuena en la que se discute por discutir, por aliviar tensiones de carácter personal acumuladas a lo largo del año en el trastero de la conciencia. Se trata de llevar la razón aun a costa de perderla en la hoguera verbal atizada alrededor de la fuente de los langostinos o del cordero. Los niños, todavía despiertos, observan el espectáculo y toman nota de cómo triunfar en la vida familiar. Esa pelea, una vez al año, no hace daño, pero prolongarla sine die en medio de una situación tan grave como la que nos ha tocado vivir resulta suicida.

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