Los riesgos de un largo noviembre en EE UU
Si el presidente Trump vuelve a ganar estará en duda la propia supervivencia de la UE. Por extraño que parezca, las consecuencias de las elecciones estadounidenses pueden parecerse a las de la pandemia
Desde hace unos días tengo la sensación de que muchos europeos temen el resultado de las elecciones estadounidenses como quien teme una cirugía del corazón. Pueden salir mal muchas cosas. La confusión, la desinformación y el pánico que ha inspirado el hecho de que el presidente Trump haya contraído covid-19 no son más que un aperitivo de lo que nos aguarda a todos en noviembre. ¿La noticia de que Trump se contagió del cor...
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Desde hace unos días tengo la sensación de que muchos europeos temen el resultado de las elecciones estadounidenses como quien teme una cirugía del corazón. Pueden salir mal muchas cosas. La confusión, la desinformación y el pánico que ha inspirado el hecho de que el presidente Trump haya contraído covid-19 no son más que un aperitivo de lo que nos aguarda a todos en noviembre. ¿La noticia de que Trump se contagió del coronavirus es la “sorpresa de octubre” que va a decidir la suerte de las elecciones presidenciales? ¿O no es más que un giro perverso e irónico en la tragedia política que sufre el país? Más bien me inclino por esto último. EE UU es hoy un país tan polarizado que haría falta un conflicto militar repentino con China para que los electores cambien su voto. El hecho de que el presidente se haya contagiado del virus no va a hacer que sus adversarios se solidaricen con él, del mismo modo que su presunto impago de los impuestos federales no ha tenido ninguna repercusión entre sus partidarios.
El rumbo parece trazado. Salvo que pase algo verdaderamente traumático, EE UU se encamina hacia unas elecciones polémicas y semanas o incluso meses de parálisis nacional. Y entonces es cuando empezarán verdaderamente los problemas, en todo el mundo. Sin miedo a la reacción estadounidense, los Gobiernos empeñados en recobrar la popularidad perdida en la pandemia tendrán la posibilidad de sumir el mundo en una nueva y peligrosa ola de conflictos. El vacío de poder dejado por un Estados Unidos dedicado a sus asuntos internos convertirá el periodo posterior a noviembre en uno de los más peligrosos de la historia reciente. Lo que debería quitar el sueño a los estadounidenses —y al mundo entero— no son las sorpresas de octubre, sino las de noviembre. Y este noviembre promete ser un mes muy largo.
Europa es un ejemplo típico de los riesgos del “largo noviembre”. La presidencia de Trump y la desastrosa respuesta de EE UU a la pandemia han transformado la imagen del país norteamericano en Europa. Muchos lo consideran tan disfuncional como la difunta URSS. Una encuesta llevada a cabo en toda Europa por el Consejo Europeo de Relaciones Exteriores revela hasta qué punto ha cambiado la imagen de Estados Unidos que tiene la mayoría de los europeos: lo que hoy ponen en duda no es solo que Washington esté comprometido con la seguridad de Europa, sino que siga teniendo la capacidad de desempeñar el papel que ha tenido en la política europea desde la Segunda Guerra Mundial.
La hegemonía, como la belleza, es del color del cristal con que se mira, y muchos europeos que miran hoy al otro lado del océano prefieren cerrar los ojos. En otro tiempo, la hegemonía daba a EE UU una “influencia especial”. En países pequeños como mi Bulgaria natal, cada vez que un dirigente político pensaba hacer algo insensato o peligroso, se preguntaba cuál sería la reacción de Washington. La mayoría de las veces, Washington desconocía la situación del líder. Pero el mero hecho de que se lo preguntaran solía tener cierto efecto disuasorio y, por tanto, impedía que se cometieran muchas barbaridades.
Pues bien, en la periferia de Europa, nadie se pregunta ya cuál será la reacción de Estados Unidos. Y no solo porque ha perdido prestigio en todo el mundo, gracias al mandato de Trump y su desastrosa gestión de la pandemia, sino también porque todos sabemos que, durante muchas semanas, va a estar pendiente solo de la política interna. Y esa ausencia prevista del escenario internacional abre la puerta a que otras potencias lleven a cabo políticas a las que, en otro tiempo, se habría opuesto Washington.
La guerra entre Azerbaiyán y Armenia puede ser un preludio salvaje de lo que se nos avecina. Es evidente que el viejo lema —que el conflicto de Nagorno-Karabaj no puede solucionarse por la vía militar— ya no sirve de nada en la medida en que tanto Rusia como Turquía, en bandos opuestos del conflicto, están haciendo todo lo posible para aumentar su poder en la región. Turquía y Azerbaiyán buscan sin reparos la solución militar y, aunque Rusia es muy reacia a dar la impresión de que está del lado de Armenia, perdería su credibilidad si Ereván acaba derrotado y humillado. Así que debemos prepararnos para unas negociaciones de desescalada que conseguirán cualquier cosa menos la desescalada.
Si Joe Biden es el próximo inquilino de la Casa Blanca, el peligro de inestabilidad inmediata en la periferia de Europa probablemente aumentará. Turquía y Rusia han aprovechado la política exterior de Trump, más permisiva y agitada, y ambas tienen motivos para promover sus intereses de forma decisiva antes de que Biden tome posesión. Es de prever que su comportamiento será más belicoso cuando Estados Unidos se sumerja en el torbellino de las elecciones.
Por ejemplo, es posible que Rusia tenga la tentación de resolver la situación en Bielorrusia —cuyo autoritario presidente, Alexandr Lukashenko, continúa sometido a serias presiones— con medidas políticas o, si es necesario, militares, o de incrementar las hostilidades en Ucrania para hacer que el presidente Zelenski parezca más débil y así contribuir a la inestabilidad política en Kiev. En cuanto a Turquía, hay pocas esperanzas de autocontrol: un marciano que llegara a la Tierra nunca se imaginaría que el país —que está expandiendo agresivamente sus operaciones militares por Oriente Próximo, el norte de África, el Mediterráneo y el Cáucaso, en contra de las advertencias constantes de sus aliados occidentales— sigue siendo miembro de la OTAN.
Pero la periferia de Europa no es la única región en la que la desaparición de Estados Unidos del escenario internacional puede causar problemas. También puede suceder dentro de la Unión Europea, ahora que Polonia y Hungría —aliadas de Trump— están presionando para transformar los objetivos y la identidad del bloque por miedo a que el Gobierno de Biden no sea de su agrado. Con su poder de veto, Polonia y Hungría han dejado claro que están dispuestas a apoyar el Pacto Verde y el Fondo Europeo de Recuperación, pero solo si Bruselas rebaja la condición de que estén supeditados al Estado de derecho. Por consiguiente, no será extraño que, durante el “largo noviembre”, Budapest y Varsovia decidan demostrar su capacidad y su voluntad de paralizar la Unión. En caso de que venza Trump, estará en duda la propia supervivencia de la UE, porque, por más que Rusia haya dejado patente su ambición y su deseo de dividir la Unión, la capacidad de hacerlo no la tienen Moscú ni Pekín, sino Washington.
Por extraño que parezca, las consecuencias de las elecciones estadounidenses pueden parecerse a las de la pandemia. El virus no ha transformado el mundo por sí solo. Lo que ha hecho es dejarnos ver cuánto había cambiado ya, acelerar esos cambios y entregarnos un mundo completamente nuevo.
Noviembre promete ser un periodo muy peligroso para Estados Unidos, Europa y el mundo. “Dios tiene una providencia especial para los locos, los borrachos y los Estados Unidos de América”, dicen que dijo Otto von Bismarck. Esperemos que sea verdad.
Ivan Krastev es presidente del Center for Liberal Strategies e investigador permanente en el Instituto de Ciencias Humanas Sciences de Viena. Su último libro es ¿Ya es mañana? Cómo la pandemia cambiará el mundo (Debate).
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.