Salud, enfermedad y política
Quien dentro de 30 años revise periódicos y telediarios actuales, al encontrarse con el rifirrafe entre Ayuso y Sánchez (Rodríguez y Redondo), las intervenciones del ministro Illa o la incidencia que la enfermedad de Trump puede tener en las elecciones americanas, podrá creer que la covid-19 es una enfermedad política. Pero quien ha padecido la enfermedad o visto morir a sus seres queridos, quien ha rastreado contactos, se ha cubierto con todos los equipos de protección disponibles para recoger muestras nasofaríngeas o para entubar a un paciente hipoxémico sabe que esto no va de hablar y poner...
Quien dentro de 30 años revise periódicos y telediarios actuales, al encontrarse con el rifirrafe entre Ayuso y Sánchez (Rodríguez y Redondo), las intervenciones del ministro Illa o la incidencia que la enfermedad de Trump puede tener en las elecciones americanas, podrá creer que la covid-19 es una enfermedad política. Pero quien ha padecido la enfermedad o visto morir a sus seres queridos, quien ha rastreado contactos, se ha cubierto con todos los equipos de protección disponibles para recoger muestras nasofaríngeas o para entubar a un paciente hipoxémico sabe que esto no va de hablar y ponerse en (des)acuerdo, sino de tener fiebre, disnea, de sufrir aislamientos y cuarentenas, de estar solo en la habitación del hospital, de morir o ver morir a los seres queridos. Justo lo que olvidan los políticos cuando negocian y pugnan por convertir esta maldición en otro de sus asuntos.
Slavko Zupcic. Valencia