Columna

Maquinando fraudes

El aplazamiento de las legislativas solicitado por la UE para su despliegue es tan imprescindible como el entendimiento entre Capriles y Guaidó, sin marines ni atajos antidemocráticos, aunque llamen a la puerta

Juan Guaido y Henrique Capriles asisten a una manifestación contra el Gobierno de Nicolás Maduro en Caracas, Venezuela, el pasado 2 de febrero de 2019.Carlos Barria (Reuters)

La Unión Europea ha hecho santamente en pedir el aplazamiento de las legislativas venezolanas porque, sin una observación forense de su desarrollo, la oposición corre el riesgo de perderlas habiéndolas ganado. Puestas las urnas, puestas las trampas: la falsificación del voto y el engaño del votante han sido herramientas de la derecha y de la izquierda en América Latina desde mucho antes de que el PRI inventará el acarreo de electores, los frijoles a cambio de apoyos y las urnas embarazadas con fajos de papeletas amañadas.

Cabe suponer que el candidato Henrique Capriles no habrá incurrid...

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La Unión Europea ha hecho santamente en pedir el aplazamiento de las legislativas venezolanas porque, sin una observación forense de su desarrollo, la oposición corre el riesgo de perderlas habiéndolas ganado. Puestas las urnas, puestas las trampas: la falsificación del voto y el engaño del votante han sido herramientas de la derecha y de la izquierda en América Latina desde mucho antes de que el PRI inventará el acarreo de electores, los frijoles a cambio de apoyos y las urnas embarazadas con fajos de papeletas amañadas.

Cabe suponer que el candidato Henrique Capriles no habrá incurrido en la temeridad de aceptar su participación en los comicios de diciembre sin haber recibido garantías de que el escrutinio de los sufragios será supervisado internacionalmente y reflejará la voluntad popular; cabe suponer también que no se verá obligado a denunciar que le han robado la victoria, como hizo en abril de 2013, cuando perdió la presidencia de Venezuela por solo 233.935 votos, según el oficialista Consejo Nacional Electoral (CNE).

El voto electrónico y las operaciones informáticas agilizan la votación en las democracias subdesarrolladas, pero reducen la transparencia y la observación independiente de escrutinios y tabulaciones, al perder la claridad de las papeletas en papel. Los expertos encargados de detectar trampas en los software y hardware no siempre tienen acceso a la sala de máquinas electorales y pueden toparse con programas que operan bajo acuerdos de confidencialidad.

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Cuando hace seis años Capriles protestó los resultados de las presidenciales, el CNE vinculó el recuento a las máquinas de votación, rechazando su auditoria: el cotejo del voto electrónico con el comprobante en papel de los cuadernos de votación, que recogen nombres, apellidos y huellas. El centro Carter no avaló el proceso y Bruselas se lavó las manos.

El Manual de Observación Electoral de la Unión Europea admite que las nuevas tecnologías presentan ventajas, pero también peligros: el voto electrónico es más apropiado para países con sociedades que confían en la integridad de los procesos de sufragio, escrutinio y agregación de resultados. Si la confianza pública en el proceso es baja, como ocurre en Venezuela, el voto electrónico acrecienta los peligros de manipulación interna o externa, y puede dañar todavía más la credibilidad de las elecciones.

Se dañó en 2017 cuando Smartmatic, la empresa encargada del voto electrónico en varias legislaturas, denunció que entre el recuento oficial de las elecciones de la Asamblea Constituyente y el registrado por el sistema hubo una diferencia de más de un millón de votos en favor del chavismo, gracias a la manipulación informática y la generación de sufragios falseados. Si la oposición continúa acuchillándose, aumentarán la desesperanza y la abstención, y ganarán el acarreo y la fidelidad chavistas. El aplazamiento solicitado por la UE para su despliegue es tan imprescindible como el entendimiento entre Capriles y Guaidó, sin marines ni atajos antidemocráticos, aunque llamen a la puerta.

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