Columna

Golpes bajos

Ya no hay coro de aplausos al atardecer sino manadas de fieras políticas y mediáticas atizando su odio al contrario designado como culpable

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en el Congreso de los Diputados, en Madrid, (España), el pasado 30 de septiembre.EUROPA PRESS/E. Parra. POOL (Europa Press)

Organismos como la OMS o la OCDE se preguntan qué pasa en España —o en Madrid, habría que decir— que no ha sido capaz de controlar el impacto de la segunda ola del virus. Pero la pregunta retórica es fácil de responder: se debe a la reanudación de las hostilidades en la guerra política entre izquierda y derecha, que no sólo bloquea la coordinación entre las Administraciones sino que directamente la sabotea, boicoteando la gobernanza común de la sanidad.

Ahora bien, esta guerra política es tanto la causa como el efecto del fracaso en la lucha contra la pandemia, realimentando así un círc...

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Organismos como la OMS o la OCDE se preguntan qué pasa en España —o en Madrid, habría que decir— que no ha sido capaz de controlar el impacto de la segunda ola del virus. Pero la pregunta retórica es fácil de responder: se debe a la reanudación de las hostilidades en la guerra política entre izquierda y derecha, que no sólo bloquea la coordinación entre las Administraciones sino que directamente la sabotea, boicoteando la gobernanza común de la sanidad.

Ahora bien, esta guerra política es tanto la causa como el efecto del fracaso en la lucha contra la pandemia, realimentando así un círculo vicioso que lo amplifica en espiral. Y es un efecto del fracaso porque esa guerra política se reanuda como gran remedio para encubrirlo, haciendo creer a la ciudadanía cautiva que el único culpable es el malvado agresor del otro bando. De ahí que conforme se recrudece el agravamiento de la pandemia, se extreme todavía más el truculento dramatismo de la conflictividad política, como si los antagonistas quisieran ocultar y hacernos olvidar su evidente responsabilidad dolosa por la incompetencia demostrada en su lucha contra la covid.

Eso explica que esta segunda ola esté sacando lo peor de cada casa. Ya no hay coro de aplausos al atardecer sino manadas de fieras políticas y mediáticas atizando su odio al contrario designado como culpable. Y entre los antagonistas arrecia el intercambio cruzado de golpes bajos, cada cual más sucio y tramposo que el anterior, en una escalada de ventajismo traicionero que obliga al rival a elevar su dosis de malevolencia devolviendo el golpe por partida doble.

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Así ocurre con Casado, que esgrime como ariete contra Sánchez a una Díaz Ayuso desatada cuya única obsesión es culpar al Gobierno de sus propios fracasos, solo causados por su cicatera negativa a reforzar la atención primaria contratando suficientes médicos, enfermeras y rastreadores. Pero en el otro bando también recurren a tapar sus fracasos escalando la bajeza de sus golpes. Una muestra la proporcionan los republicanos, que han aprovechado un incidente protocolario menor para cargar su discurso infamante contra un monarca inerme que no puede levantar la voz para defenderse de los ataques que recibe, lo que propicia que los más abusones porfíen ensañándose con él.

Pero Pedro Sánchez no les va a la zaga, devolviendo los golpes que encaja con más juego sucio. Ahora se ha sacado de la manga un apaño legaliforme destinado a modificar unilateralmente las reglas de juego de la alta magistratura arbitral que ocupa las vocalías del Tribunal Constitucional y el Consejo General del Poder Judicial. Es verdad que cuenta con un creíble pretexto, pues Casado se ha empeñado en bloquear anticonstitucionalmente la renovación de dichos órganos, lo que da excusa al presidente para devolver el golpe aumentando la apuesta. Pero no es de recibo que lo haga violando el imprescindible consenso entre izquierda y derecha que se exige para reformar las reglas de juego que regulan un poder arbitral. Definitivamente, no es buena idea, y traerá consecuencias pésimas.

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