Columna

Franceses que se lo están pensando

Nueva Caledonia tiene un curioso proceso para decidir si queda en Francia o se independiza

Un votante elige una papeleta con el 'no' en el referéndum de independencia de Nueva Caledonia.THEO ROUBY (AFP)

Should I stay or should I go? (¿Debería quedarme o irme?) es una conocidísima canción de The Clash que lleva décadas sonando en el ambiente político y social del territorio francés de Nueva Caledonia. Y más que le queda. Este grupo de islas y archipiélagos del Pacífico Sur acaba de celebrar un referéndum para que sus habitantes decidan si acceden a la independencia, poniendo fin así a la presencia francesa oficializada en 1853, o mantienen el statu quo. Ha ganado la opción francesa. Pero, aunque se diga que en democracia las urnas tienen la última palabra, en este caso no ...

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Should I stay or should I go? (¿Debería quedarme o irme?) es una conocidísima canción de The Clash que lleva décadas sonando en el ambiente político y social del territorio francés de Nueva Caledonia. Y más que le queda. Este grupo de islas y archipiélagos del Pacífico Sur acaba de celebrar un referéndum para que sus habitantes decidan si acceden a la independencia, poniendo fin así a la presencia francesa oficializada en 1853, o mantienen el statu quo. Ha ganado la opción francesa. Pero, aunque se diga que en democracia las urnas tienen la última palabra, en este caso no la han tenido. Mejor dicho; van a tenerla repetidamente. Porque la votación celebrada este fin de semana es la segunda de tres programadas preguntando lo mismo. Es una modalidad de referéndum extendido en el tiempo —la primera consulta se celebró en 2018, la segunda ahora y la tercera está prevista en 2022— con freno y marcha atrás. Para que digan que la democracia es previsible y poco imaginativa.

Hay que reconocer que para ser una cuestión de independencia de un territorio —tema sobre el que abundan en la historia del planeta los discursos grandilocuentes, los hechos sangrientos, los ejemplos heroicos, la música de fanfarrias y mucho “nosotros” y mucho “ellos”— lo de Nueva Caledonia es muy raro. En realidad, a nuestros ojos cada vez más habituados al blanco/negro todo/nada la cuestión en su conjunto lo es. Empezando por el estatus del mismo territorio, definido oficialmente como una “Comunidad sui generis” .

En el fondo se trata de un interesante ejercicio de paciencia por parte de todos. Los que quieren quedarse y los que quieren irse. Aunque hablando en propiedad nadie quiere irse, ni nadie quiere que se vaya nadie, porque lo que se dirime es la forma en la que todos permanecen en su tierra. Toda esta fórmula de entendimiento empezó en 1988 cuando grosso modo los nativos, los descendientes de los colonizadores y la metrópoli llegaron a un acuerdo para solucionar el asunto de una forma civilizada. Un año después Francia concedió al territorio una amplia autonomía y posteriormente el compromiso de tres referendos a lo largo de 20 años. ¿Por qué tres? ¿Los tres colores de la bandera francesa? ¿Las tres provincias en las que se divide Nueva Caledonia? ¿Algún significado simbólico de ese algoritmo en el Pacífico? Quién sabe. Tal vez todo a la vez. Lo importante es que este tricolon democrático evita tomar una decisión irreversible de forma precipitada o fruto de unas circunstancias concretas y permite incorporar al voto a nuevas generaciones. Es una decisión común en el tiempo.

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Eso sí, los neocaledonios —más paradojas sobre este territorio francés, Caledonia era el nombre romano… ¡de Escocia!— han dispuesto para todo este proceso de algo que escasea en política: tiempo. Y ellos han puesto algo que tampoco abunda: paciencia y aceptación de las reglas del juego.

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