Columna

Apoteosis de la incertidumbre

Contagiado y hospitalizado, que es como decir tocado y hundido, Trump entra en la recta final de la campaña en las peores condiciones

El presidente de EE UU, Donald Trump, desciende de su helicóptero al aterrizar en el hospital Walter Reed.Oliver Contreras (GTRES)

La suerte le dio el poder y la suerte amenaza con quitárselo. Nadie creía en su victoria en 2016, pero hasta enero casi nadie tenía dudas de que ahora en 2020 tendría la reelección presidencial al alcance de la mano.

Soplaban a favor los vientos de la economía. Había superado la investigación de un fiscal especial, Robert Mueller, sobre la colusión con Rusia para evitar que Hillary Clinton fuera presidenta. También el juicio parlamentario de destitución o impeachment...

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La suerte le dio el poder y la suerte amenaza con quitárselo. Nadie creía en su victoria en 2016, pero hasta enero casi nadie tenía dudas de que ahora en 2020 tendría la reelección presidencial al alcance de la mano.

Soplaban a favor los vientos de la economía. Había superado la investigación de un fiscal especial, Robert Mueller, sobre la colusión con Rusia para evitar que Hillary Clinton fuera presidenta. También el juicio parlamentario de destitución o impeachment por abuso de poder. Habían regresado muchos soldados a casa y no había declarado ninguna nueva guerra. Era la presidencia del caos, pero nada hacía palidecer su buena estrella.

Hasta que todo se torció. Primero el virus. Luego los confinamientos y el hundimiento de la economía. Apeló a los laboratorios para que le dieran la vacuna antes de las elecciones, como antes se rogaba a los cielos para obtener la lluvia. Tanteó el negacionismo del virus, el rechazo de las mascarillas, las virtudes curativas de la lejía, la terapia de la hidroxicloroquina e incluso la inmediata reapertura de la economía para llegar al 3 de noviembre con buenas cifras de crecimiento y empleo.

Solo faltaba la muerte de George Floyd bajo la rodilla de un policía. Era obligado el volantazo. En vez del presidente de la prosperidad sería el presidente de la ley y el orden.

Vino a auxiliarle la fortuna con la oportunidad de nombrar para el Tribunal Supremo a una jueza conservadora en sustitución de la fallecida jueza progresista, Ruth Bader Ginsburg. De cara a sus votantes antiabortistas, fue una victoria antes de la victoria, que encaraba la posibilidad de anular la jurisprudencia feminista fraguada en 50 años y le aseguraba un árbitro favorable en caso de litigios electorales.

A 30 días de las elecciones, otro giro de la fortuna le ha cambiado el paso. Contagiado y hospitalizado, que es como decir tocado y hundido. Por edad y peso, es población de riesgo. El virus ha penetrado en la Casa Blanca por su imprudencia. Su campaña electoral ha quedado interrumpida. Ha perdido todo control sobre la agenda política. Entra en la recta final en las peores condiciones. De poco le sirve la bandera de la ley y el orden ante el ataque de una pandemia mortífera, que afecta a la seguridad del Estado.

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Es la sorpresa de octubre, episodio tradicional en todas las campañas, que suelen aprovechar los enemigos exteriores. En la apoteosis de la incertidumbre, sería una temeridad considerar que esta será la última.

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