El Brexit que todos llevamos dentro
El muro de la identidad es el nuevo nacionalismo proteccionista e identitario, el que habla de soberanías como un absoluto
¿Qué es lo que hace saltar por los aires las líneas de frontera, ese limes que define lo que está dentro, lo que permanece fuera? Incluir y excluir es el ejercicio que permite construir el nosotros, pero es siempre un proceso inestable. Hoy, vemos cómo se desplaza simbólicamente la geografía territorial al emerger nuevos actores que, como China, han producido un asombroso corrimiento de tierras. Y descubrimos que toda línea de frontera es híbrida, que las periferias cambian, que Europa ya no es el centro del mundo e inicia un dudoso y difícil proceso de recomposición de su maltrecha ide...
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¿Qué es lo que hace saltar por los aires las líneas de frontera, ese limes que define lo que está dentro, lo que permanece fuera? Incluir y excluir es el ejercicio que permite construir el nosotros, pero es siempre un proceso inestable. Hoy, vemos cómo se desplaza simbólicamente la geografía territorial al emerger nuevos actores que, como China, han producido un asombroso corrimiento de tierras. Y descubrimos que toda línea de frontera es híbrida, que las periferias cambian, que Europa ya no es el centro del mundo e inicia un dudoso y difícil proceso de recomposición de su maltrecha identidad. Hacia fuera muestra una danza inestable; dentro, supuran sus grietas y líneas de fractura, marcadas por migraciones y campos de refugiados como el de Moria, heridas que cuestionan de raíz los universales ilustrados que decimos defender. ¿Qué es lo que protegemos levantando un campo de refugiados en una frontera? Y sin embargo, “todo muro que se construya se vendrá abajo por la fuerza de los que desean tocar el otro lado”, nos dice Judith Butler. Es el muro de la identidad que quiere construir Europa.
En las ciudades de Polonia aparecen otras líneas de frontera que creíamos superadas: las vergonzantes zonas “libres de la ideología LGTBI”. Más grietas en Europa: otro muro para una identidad autista, y un test de estrés sobre la absurda brecha que, de nuevo con Butler, parece separar al feminismo del activismo transgénero. ¿Acaso las mujeres no nos hemos travestido históricamente de hombres para ejercer poder? ¿No sabemos lo que es negarse a una misma para ser aceptada? Las mujeres son asesinadas por cómo otros las perciben, por cómo otros las miran. Y no hay ninguna estructura orgánica o innata que justifique esa violencia. Matar mujeres es la prerrogativa de quien asume cierto tipo de masculinidad. No hay nada natural en ello. Las mujeres trans son objeto de esa violencia precisamente porque quieren ser femeninas, y conforme avanza su lucha por abrazar su libertad, por mostrarse al mundo y hacer que sus vidas se lloren como las de los refugiados, más se convierten en el objetivo de la nueva violencia reaccionaria.
El muro de la identidad es el nuevo nacionalismo proteccionista e identitario, el que habla de soberanías como un absoluto. Pero todo soberanismo es un populismo, y todo populismo es reaccionario: elevarlo a atributo indivisible implica la destrucción de facto de cualquier derecho internacional, como nos ha mostrado el premier británico. Es tanto como encumbrar la libertad del individuo en una suerte de libertinaje colectivo. O peor, ponerle precio: la libertad convertida en un bazar. ¿Queremos eso? Porque hay una lección detrás del medido desaire de Johnson: al final, todos llevamos un Brexit dentro. @MariamMartinezB