Columna

No era el unicornio, es un gato salvaje

A sabiendas de que Bruselas no va a admitirlo, Irlanda no puede quedar al albur de Londres y los arañazos del desprestigio alcanzarán a su país después de alcanzar a su primer ministro

Boris Johnson este miércoles en Downing Street, Londres.POOL (Reuters)

Las apariencias engañan. Aquí no se trata de cómo serán las relaciones entre el Reino Unido y la Unión Europea a partir de 2021, vencido ya el período de prórroga en el que los británicos permanecen todavía integrados en el mercado único tras el divorcio legal. La sustancia de la actual pelea, con aires de revancha, se halla en la isla de Irlanda y en las relaciones entre Dublín y Londres, como si, gracias al Brexit, el imperio quisiera recuperar el control sobre la antigua colonia.

Todo se juega en la frontera entre Irlanda del Norte y la República de Irlanda, borrada por los Acuerdos...

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Las apariencias engañan. Aquí no se trata de cómo serán las relaciones entre el Reino Unido y la Unión Europea a partir de 2021, vencido ya el período de prórroga en el que los británicos permanecen todavía integrados en el mercado único tras el divorcio legal. La sustancia de la actual pelea, con aires de revancha, se halla en la isla de Irlanda y en las relaciones entre Dublín y Londres, como si, gracias al Brexit, el imperio quisiera recuperar el control sobre la antigua colonia.

Todo se juega en la frontera entre Irlanda del Norte y la República de Irlanda, borrada por los Acuerdos de Paz del Viernes Santo hace 22 años y convertida ahora en límite exterior de la UE. La relación con Bruselas que quiere Boris Johnson, con manos libres para firmar acuerdos comerciales con todo el mundo, plantea un dilema: o el Reino Unido renuncia a la integridad de su mercado interior, permitiendo una frontera en el mar de Irlanda entre la Gran Bretaña y el territorio británico del Ulster, o es la Unión Europea la que renuncia a la integridad de su mercado interior, e incluso conduce a la República de Irlanda a reintegrarse económicamente a su antigua potencia imperial.

Theresa May intentó resolverlo con aplazamientos y tecnología. El respiro temporal lo proporcionaba una salvaguarda sin fecha de caducidad, que mantenía a Londres dentro de la unión aduanera mientras se seguía negociando. Mientras tanto, un ensueño tecnológico, tan improbable como un unicornio, iba a sustituir la frontera física por otra digital e invisible, mediante controles en los puntos de origen y de destino. Johnson y sus amigos dieron buena cuenta del acuerdo de May, derrotada escandalosamente en el Parlamento, antes de proceder al asalto del Gobierno y a la obtención de la mayoría parlamentaria para negociar con Bruselas el nuevo y definitivo Brexit a su gusto.

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Desapareció la salvaguarda irlandesa, pero Johnson se comprometió igualmente a evitar la frontera rígida entre las dos Irlandas, y a preservar a la vez la integridad del mercado único y la unión aduanera británica. Un misterio. Mantener al Ulster dentro y fuera simultáneamente solo es posible si el conjunto entero sigue dentro del mismo mercado único o al menos de la unión aduanera con la UE, posibilidades descartadas por Johnson. A menos que se recurra a Edwin Schrödinger, el físico que sostuvo la posibilidad de que un gato encerrado en una caja con una trampa venenosa pudiera estar a la vez vivo y muerto, gracias por supuesto a la teoría cuántica.

La teoría de Johnson es más elemental. Se trata sencillamente de vulnerar dos tratados internacionales, como son los Acuerdos del Viernes Santo y el propio tratado del Brexit. A sabiendas de que Bruselas no va a admitirlo, Irlanda no puede quedar al albur de Londres y los arañazos del desprestigio alcanzarán a su país después de alcanzar a su primer ministro.

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